Desde el año ’94 tengo en claro que la única razón por la que no voy preso por asesinato es que siempre tengo música a mano. De otro modo viajar en el conurbano haría de un apocalípsis zombi un cumpleaños en un pelotero. Con un viejo walkman Aiwa y unos auriculares de quinta categoría viajaba colgado del estribo del bondi desde Kathan city a Pontevedra, en invierno. Te cagabas de frío, la parías a lo Indiana Jones y el colectivero hijo de puta te trataba de irresponsable cuando era él el que cerraba la puerta con cinco pibes colgados queriendo llegar al colegio. Menemismo puro.

Cuando empecé a laburar llegué a esperar dos horas el bondi para volver a mi casa. Si no hubiese sido por un discman y los mil cd´s que llevaba encima a riesgo de que me amasijaran me hubiese desecado en vida. Lo más lógico era pegarle tres corchazos al colectivero pero las comisarías y las cárceles están llenas de policías, gente que no se caracteriza por sus charlas elegantes precisamente. Así que a fumársela. De la Rúa era el campeón de la democracia y la lucha contra la corrupción. Y así nos fue.

Luego, al mismo tiempo que Nestor descolgaba los cuadros de la ESMA, me levantaba a las 4 y media de la mañana para viajar en colectivos que se quedaban a mitad de camino y en los que se viajaba sin ningún derecho humano, animal o alien. Tenía, por aquel entonces, un reproductor de mp3 de 1 giga que era la envidia de toda la monada. Ricardo Jaime era el Secretario de transporte. Y así nos fue.

Con Cristina ya tomaba el tren, no el Sarmiento por suerte. Pero no voy a negar que en varias oportunidades en la estación de Ramos Mejía tuve que subirme por la ventanilla porque si no tenía que esperar al otro, que venía igual. Los pibes que fumaban porro en el furgón te daban una mano para subir, desde adentro, si les tirabas una moneda pa’ la birra, o les convidabas galletitas para el mate. Usaba ya un teléfono chino para musicalizarme. Por lo general me costaba escuchar porque los auriculares eran malos y toda la monada tenía su telefonito sonando a toda matraca sin pudor.

Con Macri, bueno, pago una fortuna y viajo como el orto pero ahora hay sinceridad y la lluvia de inversiones debería darme esperanzas. Pero no.

Envidio a los que toman la línea 12, en la que los chóferes visten bien, huelen bien, te saludan, hay aire acondicionado y música funcional. Para no hablar de los otros pasajeros, la mayoría coquetos de vacacionar al sol, pulcros, bañados y gentiles porque pueden pagarse una vida de ensueño. En el colectivo en el que estoy viajando hoy, por ejemplo, nada de eso ocurre. Pero nada de nada. Y por lo general no ocurre nunca en ningún transporte al que me suba por eso adormezco mis sentidos con música vulgar y berreta a todo lo que da fritándome las células ciliadas y el tímpano.

Mi suerte es así, la muy puta, nunca sale de su zona de confort.