Media capital en pausa. Sindicatos y agrupaciones sociales se manifiestan por la emergencia social. Colas y colas de pasajeros varados ante la marcha de las columnas de trabajadores y desocupados. Colapsa el tránsito. Es lo de menos. Si la sociedad se caga en tu derecho humano a morfar está más que justificado que vos te cagues en el derecho privado a circular. Lo curioso es que, como suelen rescatar los noticieros de derecha, muchos de los asistentes aprovechan la ocasión para beber de más y consumir sustancias varias u orinar y defecar en las avenidas a la vista de todos, por ejemplo. No me escandaliza. Si se quiere, como en el encuentro nacional de mujeres, las consecuencias estéticas del paso de la masa es sustancialmente irrelevante en comparación al reclamo que los convoca. Y que un tipo esté orinando en Paseo Colón no impugna el hambre que pueda estar pasando. Ahora bien, hay algo del orden del respeto al igual que no estaría funcando del todo bien en nuestras manifestaciones.
Viene la masa: Pum! Pum! Pum! Macri, basura, vos sos la dictadura. Pum! Pum! Pum! Levanto la mano, aplaudo, acompaño el cántico y su objetivo.
Como no viene el colectivo arranco la caminata. 9 de Julio y San Juan. Puente. Colectivos. De un lado y del otro. Aparecen delante de mi 2 chicas de unos 15 años con micro minis y remeras escotadas. Una de ellas va riéndose junto a un chico de más o menos la misma edad que lleva mochila. El pibe tiene la cara de una criatura. A unos diez metros detrás de mi aparece una columna de manifestantes. Enarbolan banderías, llevan pecheras y gorras sindicales. Se los ve picantes y picados. Caminan lento pero firmes. Forman una fila de 8 tipos. No hay mujeres. Son la vanguardia. Media cuadra más allá viene el resto. Serán unos 100. Uno de los de adelante lleva en la mano una botella de plástico cortada con una bebida dentro. Los y las amantes de la más maravillosa música dirán que es té helado. Mi fascismo de ultraderecha me hace suponer que no. No importa, es un refrigerio popular al cual tienen derecho como los opresores al suyo.
Vamos bien hasta que la fila de manifestantes comienza a gritarles cosas bastantes subidas de tono a las chicas. Se las nota incómodas, tensas. La parejita que se reía ya no lo hace. Se dan la mano. Los tres tratan de caminar más rápido y se juntan. La fila adelanta el paso. Estoy entre los dos grupos pero más cerca de los chicos. A mí, que estoy despeinado, barbudo, ojeroso y con olor a chivo no me dicen nada. En un momento se zarpan mal con lo que dicen al punto que giro para verlos, como si un impulso involuntario me obligara a corroborar con los ojos lo que acababa de escuchar. La expresión era creativa, es cierto, pero francamente irreproducible, incluso para mí. Vuelvo a mirar hacia adelante. La chica está mirando al chico. Le hace un gesto con los ojos. El pibe interpreta lo mismo que yo, quiere que haga algo. Cuando se da vuelta lo tengo a unos pasos. Es flaquito, tiene acné y le saco media cabeza. Está cagado en las patas pero a simple vista hay que reconocerle que tiene una bolas enormes. Es un pobre suicida enamorado. Me mira. Lo miro. Me sale del alma: “si sirviera de algo te doy una mano, pero son 8, están en pedo y aunque fuéramos superman no aprenderían”. Mira detrás mío. Los tipos lo bardean mal. Evalúa la situación a una velocidad admirable. Se da vuelta. Le da la mano a su chica y a la otra. Los tres cruzan la 9 de julio corriendo. Me quedo ahí, parado, como un boludo. Uno de los tipos se me acerca. Pienso que tendría que haber corrido con los pendejos. Estoy seguro que me la van a dar a mí por haberles espantado el juguete. Me arrepiento de haber salido de la cama, de haber nacido; voy a morir joven y sin haber amado. “eh, guacho, ¿Qué onda el pibe ese?” Me pregunta. “Nada, capo, está re careta…” Le digo con una voz que se va desinflando “…y enamorado” agrego. Soy un forro lengua larga. El tipo hace una mueca. “Qué boludo” dice. El resto me ignora por completo, ninguno se detiene.
Es un hecho, no tengo huevos para ser Indiana Jones.