A nadie le gusta ser insultado. Se pone en juego el orgullo cuando se recibe un insulto. Nadie cree merecerlo, incluso el asesino cree que cualquier exabrupto hacia su persona está de más. Nadie piensa fehacientemente que es un hijo de puta porque, primero, respeta a su madre y segundo, porque ¿cuán grave puede ser lo que hizo? Tal vez algunas de los aspectos más difíciles de la edad adulta es asumir las consecuencias de nuestras elecciones que, al fin y al cabo, constituyen lo que somos.

Ayer se cumplió un año del debate donde se dijo que no se harían ciertas cosas que luego se hicieron. Hoy dieron las estadísticas de desempleo. Los números son gente que corre la coneja peor que vos y yo para poner un pan sobre la mesa. No es que todos ellos fuesen corruptos inmorales. Ni todos ellos se embanderaban con discursos grandilocuentes y anacrónicos. Probablemente solo fueran gente de a pie, nuevamente, como vos y yo, que tenía un laburo y arañaba fin de mes porque se colaba en el tren. Por ahí eran hombres y mujeres que juntaban pesito sobre pesito para llevar a sus pibes a tomar un helado a la plaza. Bueno, eso ya no les pasa.

Por eso a vos, que de buena fe votaste un cambio, te puede gustar o no lo que se te diga pero como adulto lo tenes que asumir porque es bien simple la cosa: sos un hijo de puta. Cuando le enseñes responsabilidad a tus hijos, tenelo presente.