Viento, frío, lluvia. Cuando subo al bondi veo un asiento. Me zambullo pero nada está destinado a durar. En la fila había una embarazada. Como mucho, 16 años. Flaca. Flaquísima, con una panza en forma de pelotita. Blanca como la leche y en remera. Ta’ fresco pa’ chomba, en especial, si andás cargando en las tripas a alguien que en unos años te dice que deja el secundario para dedicarse al punk-rock.
La mina tiene unas ojeras gigantes y usa esas mochilitas diminutas en las que es evidente que no entra un tapado de bizón ni de ningún otro tipo. Usa esos jeans que se venden todos tajeados y con flecos, mezcla de nevado, chupin y harapo. Es, a su modo, muy linda pero le hace falta puchero, sueño, un pulover.
A todos les chupa un huevo la mina parada así que me levanto a las puteadas y le hago señas. No parece muy lúcida porque me mira con ojos perdidos. Le digo “vení, sentate”. No me da bola. La cosa parece que viene con dificultades para el castellano más pedestre. Trato de modular la voz “¿Te querés sentar?” le digo fuerte y lento. Parpadea, hay respuesta sináptica. Se me acerca y se sienta. No dice una palabra. Miro a mi alrededor. Trato de hacer contacto visual con alguien para corroborar si estoy o no delirando con eso pero les chupa un huevo o no quieren que salte la ficha de que fui yo quien cedió el asiento y no ellos que se hicieron los re boludos con una embarazada.
Me paro en el hueco del no man’s land con la espalda contra un caño. Me pega en las piernas el chiflete de la puerta. Trato de relojear a la piba desde donde estoy. El brazo derecho desnudo le tiembla. Lo único que falta es que se muera acá, entre Kathan city y Laferrere town, donde la última ambulancia que pasó por la zona fue porque se perdió. Corría la presidencia del general Horacio Liendo, mucho mejor presidente que Macri, por cierto.
Cuando estamos por llegar a lafe se para y se acerca a la puerta. Me queda a medio paso. Lo confirmo, es bellísima, de ese tipo de mujer que, sin ser exuberante ni llamativa, cuando abrís los ojos y la vez durmiendo a tu lado vas y le prendés una vela a la virgencita de Caacupé en gratitud por perdonarte todas las cagadas de tu vida. La remera, a la altura de la panza le transparenta el ombligo que sobresale sobre la pelotita de embarazo. Sigue temblando. Le digo “¿Flaca, te sentís bien?”. Alguien toca el tiembre. La monada empieza a bajar muy lento. La piba me mira y hace media mueca de sonrisa. Un gordo pantagruélico y apurado empuja la fila desde atrás y la mina sale expulsada del bondi con otros cinco que tenía delante. El gordo empuja al grito de “vamo’, vamo’, moviendo lo’ canto’ “.