Una de las cosas más insoportables del ejercicio de vivir es viajar en un colectivo donde los pasajeros escuchan música sin auriculares. Hace unos años era peor, es cierto. Todo el tiempo, en todas partes. Las clases postergadas al fin alcanzábamos el sueño de la inclusión populista e ingresábamos a la ciudadanía plena comprándonos un celular. Y muchos querían mostrarlo, exhibirlo, contarle a los otros para qué lo usaban, qué viajes estéticos se permitían realizar con ellos. Una pena… porque ya lo sabíamos, se caía de maduro. Mandaban mensajes, hablaban por teléfono y escuchaban músicas coloridas a todo volumen en los parlantes de sus dispositivos.

La tecnología avanza rápido pero no tanto como quisiéramos. Del mismo modo que aun no somos capaces de curar el cáncer tampoco podemos crear parlantes de alta definición en teléfonos celulares de bajo costo de producción. No importa que paguemos miles de pesos por ellos, ningún teléfono móvil puede tener una buena definición de sonido final simplemente porque no cuenta con el espacio adecuado para ubicar lo necesario. Si a esto se le suma que la mayoría de las personas escuchamos música en mp3 el resultado es un agravio a los oídos. ¿Por qué? El mp3 es un formato de compresión. Hace más “liviano” el peso de una canción contenida en un cd. Recorta el sonido, lo degrada en distintas medidas. Cuando escúchanos una canción en ese formato no escuchamos la pista tal y como suena desde el cd. Escuchamos menos cosas. Por lo general nos quedan los agudos.

También ocurre otro fenómeno muy interesante. Desde hace aproximadamente 25 años las grabaciones aumentaron algo llamado rango dinámico. Los ingenieros de grabación y los especialistas en consumo notaron que los hábitos de escucha estaban cambiando. El consumidor ya no se sentaba en su casa a escuchar música. Ahora escuchaba mientras caminaba, mientras trabajaba, mientras manejaba en autopistas atestadas. Gran parte del tiempo lo hacia con auriculares de baja calidad que no conseguían aislar el ruido ambiente. Entonces comenzaron a grabar de tal modo que el resultado fue más volumen.

Entonces, resumamos. Parlantes de baja calidad ➕ calidad de sonido pobre ➕ volumen excesivo. Un combo explosivo para quienes viajan en un colectivo rodeado de individuos combatiendo por quién impone su sonido sobre los otros.

Al fenómeno se le suman los ritmos elegidos para exhibir. Rara vez salen del género tropical (cumbia en todas sus variantes, chamamé, reggaetón). Tal vez rock & roll de factoría nacional (la 25, callejeros, la beriso). Es cierto que son géneros muy populares pero otros, con igual cantidad de seguidores no tienen esa exposición en el transporte público (tango, metal pesado, baladas, canción de protesta).

No sabemos muy bien por qué, pero que los pasajeros escuchen música sin auriculares, afortunadamente, ocurre menos. Tal vez tomaron conciencia del abuso que significaba o tal vez comprobaron que el resultado estético-técnico no le hacía honor a las canciones de sus bandas favoritas. O tuvieron algún dinero para comprarse auriculares, por pedorros que fueran.

Hoy por hoy, el que escucha música sin auriculares está guapeando. Quiere demostrar ante los que lo rodean en un medio de transporte que, a pesar de ser pobre, estar borracho y no tener una esperanza de vida envidiable, su pito es largo y grueso. Nadie lo cree, por cierto, ni siquiera sus compañer@s sexuales, pero todos hacemos como que sí para evitar tener que discutir con un fan de El Polaco.

Ojalá los dioses me perdonen, pero yo aguardo que por eso, al llegar a su casa, el pito corto encuentre a toda su familia muerta, asfixiada con su propio vómito mientras de fondo, en su celular tan lindo y colorido, suene “Quiero, que sepas q por ti me muero / Tus ojos son como luceros / Con lo que alumbro mi vida / Mi alma y mi fantasía / Si no esta de noche no hay día / Y estar tan solo no podría /Cada día moriría”

Eso.

Me cierran el bar. Chauchas■