Ayer por la noche me llega el correo electrónico de un colaborador/a cuyo núcleo argumentativo es la frase “necesito cambiar el rumbo”. Expresiones como esa, mitad lugar común, mitad misticismo existencial de sobremesa me hacen pensar en la poca honestidad que poseen aquellos que hacen gala de una búsqueda vivencial épica, poética, trascendente. El lenguaje es su aliado. Detrás de las metáforas y alegorías grandilocuentes que transforman el ejercicio de vivir en un soliloquio de buenas intenciones (consigo mismos) lo que hay es un afán de transformar y moldear la realidad a su entero capricho.

Ante la negativa del mundo, del afuera, respiran hondo y se dicen a sí mismos “soltar”. Lo escriben en el espejo del baño, se recitan a mantras desconectados de las filosofías que les dieron origen. La angustia y la opresión del orden del mundo, la insatisfacción, el malestar en la cultura es combatido por ellos ya no desde una posición militante, activa, comprometida con el barro de la historia. En el fondo padecen de un solipsismo ombliguista: si no me gusta, es malo para todos en cualquier escenario posible, probable, pasado, presente o por venir. Combaten la narrativa cruel del mundo con una enunciación idealista en su sentido más genérico. Reniegan de las estructuras religiosas pero se suman a espiritualidades laicas que buscan dotar de un sentido que los tenga como protagonistas de aquello que – si lo tiene- no puede ser más que colectivo. Pasan por el psicoanálisis y lo abandonan porque la visión del abismo no se acopla a su búsqueda estética. El interior no siempre es bonito. Pasan por formas de meditación variopinta buscando enfocar sus sentimientos como si fuesen un teleobjetivo que puede calibrarse en modo gran angular y así captarlo todo, sentir el amor universal y proyectarse hacia las estrellas. No hay tal cosa. El juego interpretativo de todas las prácticas mistéricas vuelve tan lábiles las fronteras entre verdad y mentira que, de seguir todos esos caminos, no habría posibilidad alguna de vida en común.

La conciencia nos vuelve individuales y el peligro del afuera nos obliga a pertenecer a una comunidad. Ese intento de común unión con la naturaleza, esa libertad anhelada como si hubiese sido perdida es la respuesta que le dan al conflicto surgido entre la individualidad y la vida social. Es una respuesta provisoria. Respetable en la medida que es tan provisoria como lo es la de la razón. Pero no es mejor que aquella. Quienes quieren cambiar “el rumbo de sus vidas” no son piraguas en un arroyo o carretas en un camino. Nadie se ilumina o contempla la dicha por la revelación de un sólo acto desconectado por completo de la realidad, intempestivo. Reclaman honestidad y coherencia, exigen del mundo rectitud en su comportamiento pero aceptación de la miríada de contradicciones cotidianas que traen con ellos y que no consiguen sintetizar en un ejercicio congruente con su prédica de vida.

No basta con “soltar”, como no basta con rezar, ni con enfocarse, ni peregrinar. No basta con desear un cambio de rumbo ante la insatisfacción. No basta con encomendarse a los dioses, a los ancestros, al tótem ancestral; a las conexiones áuricas, o al poder energético de la carpa en forma de pirámide que se arma a los pies del cerro Uritorco. Se les debe conceder que tampoco lo hace el encerrarse a traducir a Kant, a develar los secretos lingüísticos de Gustav Meyrink, o el formalismo de Hilbert. No basta con nada de eso. ¿Con qué basta? Quizás con el resultado de vivir con los pies sobre la tierra, con los sueños bajo la almohada como aliciente al final del día, con el otro como espejo, con la incertidumbre ante lo frágil y , en todo caso, con detenerse a y ponerse en los labios las aquellas palabras que José Martí escribió:

“Nada es en la verdad de la vida, un año que acaba ni otro que comienza; pero el hombre, desconfiado de sí y como perdido en el choque continuo y tremendo de las corrientes humanas, en el choque trágico e inevitable del egoísmo desidioso y la abnegación activa, que es, a fin de cuentas, la historia toda del mundo, gusta y necesita de detenerse de en vez en cuando en camino, para limpiarse del rostro la sangre y el sudor y volver al cielo los ojos de su esperanza”.

De vez en cuando jipis, de vez en cuando, románticos desfasados, burgueses culposos, nobleza destronada, intelectuales desconectados del mundo, izquierdistas de Palermo sensible, ciudadanos del mundo que acaba en la Gral. Paz, de vez en cuando.

 

II

Sigo pensando en la incapacidad de los seres humanos por aceptar la realidad sin utilizar relatos tranquilizadores. La satisfacción de los deseos y las ensoñaciones moldean su accionar en el mundo menoscabando o sin tener en cuenta aquello que es violentado en la concreción de un fin.

Pienso en esa escuela de pensamiento bien intencionado que propone no abandonar los sueños, no rendirse, seguir adelante. Me vienen nombres como los de Bertold Brecht, los textos de misticismo revolucionario de Guevara o la vulgata inverosímil de los libros de autoayuda. Más cercano en el tiempo, en Steve Jobs, con su proactivismo industrialista.
Es cierto, lo que llamamos realidad es un conjunto de relatos. Una polifonía. Si la vemos retrospectivamente, es un canto gregoriano, si la proyectamos a futuro una pieza de jazz en continuo devenir. Pero hay algo. Hay una especie de materia no del todo indefinida. No todo puede moldearse por el puro ejercicio de la voluntad, el querer, la fuerza del deseo no puede modelarlo todo. Es una imposibilidad práctica. Se lo puede pensar desde distintas teorías filosóficas, psicológicas; se puede pensar en el cambio social e individual desde un aspecto religioso, eco histórico, ambiental, educativo. Pero en la vida cotidiana, en eso que está constituido por despertadores, colectivos atestados, cepillos de diente, bombas que caen, mujeres asesinadas, abortos, besos, drogas y videojuegos; en eso, el cambio no siempre responde al propio desear.

Deseamos, en su sentido vulgar, personas, cosas, vivencias, estados. La mayoría de las veces no concretamos ese deseo, no se materializa. Por error, por falta de recursos o porque simplemente el mundo (que es el conjunto de: los otros ➕ sus historias ➕ la historia social común ➕ el territorio en el que se vive y su medio ambiente), ese mundo, no tiene intenciones de aportar nada. No es una conciencia individual, una voluntad que sistemáticamente niega porque, entre miles y miles de millones que lo pueblan, individualiza a un sujeto y le dice “no” a través de la carencia (de lo que sea). Creer en esa posibilidad abre la puerta a las miles y miles de posibles fórmulas y técnicas para congraciarse con esa supuesta conciencia. Otra vez, rezar, peregrinar, meditar, leer el aura, purificarse en la mikve, escalar una montaña, plantar un árbol, escribir un libro, tener un hijo.

No estoy volando, aquello se sustancia. Como sueña con un amor de novela rosa una mujer acepta que su pareja la maltrate; un hombre que reconoce su adicción a las drogas asiste a un culto para que dios lo ayude a sanar; una comunidad pobre vota a quienes les ofrecen algo sin importar su viabilidad o conveniencia, en nombre de un líder muerto que rige los destinos de la vida social desde el transmundo.

Me cierran el bar. Chauchas■