En Internet hay comunidades de todo tipo. Impensadas, algunas. Locas. Gente que vive su vida digital alrededor de un tema. Activamente. Desde la militancia y la vocación por intervenir en la discusión sobre un asunto.
Es una de las grandes promesas de word wide web. La posibilidad de interactuar con otros con igual afición o profesión que nosotros y así realizar aportes al conocimiento colectivo. Dio resultado. También dio grandes decepciones. Las comunidades digitales tienden a cerrarse sobre sí mismas, a ser foros de convencidos, espacios de validación impermeables a la crítica. Incluso los trolls -pagos o no- operan alrededor de temas puntuales y son, si se quiere, un tipo de comunidad dentro de la red.
Hay ejemplos maravillosos de comunidades 2.0. Los tradumaquetadores, por ejemplo. Son personas que traducen y maquetan cómics. En el caso del manga, la historieta japonesa, es donde el trabajo es más arduo. Amén de la dificultad del idioma, ese o el que sea, se debe cambiar el orden de las viñetas porque en otros lugares del mundo y en otras culturas se lee de manera diferente. Laboriosamente cada comunidad acuerda sus reglas, sus escalafones, sus herramientas. Administra sus tiempos, elige sus objetos, sus revistas. Desarrolla los sitios o los modos en los que su producción será distribuida muchas veces arriesgándose a reclamos legales o a vetos jurídicos que borre los espacios en los que ese material es alojado.
También están los fansub. Lo mismo que los tradumaquetadores pero con subtítulos. También, como los anteriores, proliferan alrededor de la animación japonesa, el animé.
Están las comunidades de origami. Los que restauran cosas viejas, los que desarrollan nuevas técnicas de maquillaje, los que sueldan metales o los que hacen yoga en la orilla de la playa. Comunidades de interés sobre cualquiera sea el tema que se les ocurra. Desde lo más naif a lo escabrosamente macabro e ilegal.
Pero hay otros aun más curiosos. Entre ellos, los que titulan porno. Las productoras de contenidos para adultos, cualquiera sea su escala, se esfuerzan por darle a sus productos un diferencial. No es la norma del sector, por cierto. Hacen lo que hacen para un público consumidor que no espera grandes innovaciones. A su modo, el consumidor de pornografía es conservador. Le cuesta transigir con su deseo. ¿Para qué lo haría si está solo, a oscuras y dando rienda suelta a su deseo?
Las productoras titulan de forma explícita con la intención de que ese espectador específico no esté navegando a la deriva. Por eso, además de titular, tagean. Colocan palabras que describan de modo relevante lo que ocurre en sus films para que los buscadores los ubiquen con mayor rapidez. Ahora bien, que lo hagan las productoras que buscan difundir parte de su material o que reciben un pago por las vistas parece razonable. Viven de eso.
¿Pero qué pasa con aquellos que solo suben videos que descargan de otros portales y resuben el material? ¿Porqué cambian los nombres de esos fragmentos de films que no superan los pocos minutos que dura una masturbación intensa? No estamos pensando en esa raza canalla que ejercita la pornovenganza o roba material privado para regodearse en la perversidad. Esos solo buscan la humillación de quienes protagonizan esos videos. Hablamos de aquellos que despliegan su fantasía para cambiar en su reescritura el sentido de lo que se ve.
Quienes hayan visto alguna vez un film porno creado en los últimos 15 años habrá comprobado que el viejo reclamo por un porno con historia es más urgente que nunca. Si antes el guión pornográfico se reducía a la llegada del plomero, hoy ni siquiera eso es necesario. Escena en primer plano y a llenarse los ojos de pliegues. Los qué, los quién, los cómo, cuándo, por qué, para qué no tienen respuesta más que en la fantasía de los espectadores. El contexto pornográfico es un significante vacío. O peor aún, el significante transpone su sentido fílmico para transformarse en la presión de las manos sobre la zona erógena elegida.
Los usuarios, entonces, llenan ese vacío por cuenta propia y por cuenta propia dotan de sentido la presión sobre sus miembros. Bajan ese video y lo vuelven a subir borrando toda marca de origen. Debido a eso el mismo video puede tener cientos de nombres distintos. En uno de ellos los participantes, por poner un ejemplo, son novios. En otro un matrimonio. En otro hermanos, en otro madrastra e hijastro. En otro maestra y alumno, en otro amigos de la escuela. Sitúan, contextualizan, resignifican desde lo metaficcional. En ocasiones realizando un esfuerzo intelectual que produce un título coherente con lo que se verá. Otra veces, no. Hacen una descripción improbable de lo que acontecerá donde las filiaciones, vínculos y parentescos cuanto menos, imposibles; dónde lo que prometen desde el título no ocurrirá.
No responde solo a un ejercicio lúdico, al chiste fácil, al mero engaño. Acaso esa imagen que los interpela, pues por algo han robado ese video entre los millones que pueblan la red, exige de ellos palabras. Palabras de un repertorio limitado, primal. Una serie de vocablos típicos del género que van del insulto a los mil sinónimos del pene y la vagina.
El título porno se pretende veraz y transparente. Sin misterios. La película Sexto sentido escondía la trama y su resolución. La película Ser digno de ser, igual, para dar dos ejemplos de registros distintos. El porno no funciona así. En ese género el título es la ficha de un libro en una biblioteca: indica con exactitud en dónde se ubica ese film en las estanterías del deseo.
Un usuario, presumiblemente argentino cuyo nick es cabalgandoxunsueno5, es un experto. Tiene decenas de videos en su perfiles, en varias portales del género, en todos sus videos los títulos dan cuenta de la argentinidad de lxs protagonistas. O indica que tal o cual,por lo general de sexo femenino, pedirá, suplicará o exigirá de su partenaire lo que suele pedirse, suplicara o exigirse en esas puestas en escena (entendiendo que todo acto sexual mediatizado por una cámara, sea cual fuere su intensión, lo es).
Cabalgandoxunsueno5 miente. Siempre lo hace. Sus videos no son protagonizados por argentinos. Hablan en todos los idiomas del globo. Los vínculos que describe son falsos, no son los prometidos videos amateur con una cámara fija en espacios mal iluminados sino simplemente producciones de baja calidad.
¿Por qué lo hace? ¿Qué vuelta de tuerca morbosa ocurre en su cabeza para enrular el rulo del erotismo autodispensado? Casos como eso se cuentan por millones. cabalgandoxunsueno5 no tiene perfil en YouTube. Seguramente no subirá videos de Soda Stereo titulados con nombres de canciones de los Ratones Paranóicos. No prometerá tortas de Maru Botana y subirá videos de Chichita de Eriquiaga fritando coliflor. No, solo lo hace con el porno. Los usuarios de todo el mundo le reclaman. “Esos no son argentinos”, “esos nos son padre e hija. La hija tiene 40 y el padre 19.” “eso no es un anal. Solo conversan.”
Cabalgandoxunsueno5 no contesta a los reclamos y es inmune a la crítica. Sigue subiendo su material robado y adulterando sus títulos. Las plataformas no lo sancionan porque es la norma. Como en el mundo real la red tienen sus prácticas estandarizadas al interior de cada comunidad y esta es una de ellas.
Uno, neurótico obsesivo, espera algo de orden y previsibilidad incluso en los bajos fondos de la red. La realidad, como de costumbre, no es tan amable.