Arriba del bondi hay 3 integrantes del lumpen proletariado tomando un vino espumante de color celeste radiactivo. Uno de ellos es una mujer. Se reprochan no haberlo comprado frío o eso intuyo porque hablan un dialecto gorgojeante, patinoso que suena como diarrea en los oídos.
Se podría suponer, por las fechas, que son un trío de egresados tirando sus últimos cuetes de adolescencia antes de pasar a engrosar las filas de la desocupación. O un par de compañeros de laburo en la fiesta de fin de año celebrando que no los rajaron. O un grupo de devotos del cristianismo o del cristinismo en espera de la anunciación. Pero no, son el prototipo televisivo del marginal. Actores sobreactuando el rol que les asignaron. ¿Se acuerdan de las películas mudas? ¿De esa particular forma de enfatizar y gesticular de gente como Máx Linder o Theda Bara? Bueno, así pero en pedo y mugrientos. Gorrita, yantas faroleras y equipo de gimnasia. Mediana edad. Si tienen menos de 30 están demolidos.
Solo hablan entre ellos y no hacen quilombo, eso los encumbra. Pero como están del ojete cada tanto levantan la voz. La mujer y uno de los tipos van sentados en la fila de a dos, últimos, antes de la puerta. Delante de ellos va el que falta, contra la ventanilla, junto a una vieja que lo mira de reojo. Va soldada a su cartera a la que aferra con más fuerza cada vez que el borrachín se acomoda. Tiene la cara tan deforme que cualquiera haría lo mismo. No por prejuicio sino por terror atávico. El álien de las películas de Sigourney Weaver genera más confianza.
Antes de llegar a Laferrere se escucha un eructo. Sospecho que fue la mujer porque no sonaba muy gutural. Uno de los tipos la caga a pedos. La mina le grita algo que no se entiende. El olor dulzón a medio procesar inunda el bondi pero como la monada tiene fresquito no abre las ventanillas. Cuando apenas asoma el olor a la parte del no man’s land en el que voy apretujado, estiro la mano hacia la ventanilla. Como no veo bien ruego no tocarle las tetas a una flaca en blusa semitransparente, dos talles más chica de lo que le corresponde. Tengo suerte. El vidrio se corre y entra el aire. Veo caras de aprobación. La de la blusa hasta me sonríe.
Cuando el trío se baja en la estación la mina del eructo dice en un castellano envidiable -disculpen el olor, por favor, fue sin querer.