Pateo de Constitución al laburo. Paso por la puerta de al menos 4 escuelas primarias. Atravieso el gentío más obligado que por gusto. En una de ellas, privada y religiosa, los padres se agolpan como si fuera la entrada a la cancha o un recital dónde un cualquiera dice en un castellano de mierda que somos el mejor público del mundo. Cortan la circulación de la calle con sus autos esperando, no sé si que entren o que salgan los pibes. Los colectivos tocan bocina, los autos y las motos tocan bocina y hasta un flaco en bicicleta hace sonar una chicharrita para que lo dejen pasar. Él tiene suerte, da media vuelta y se va por otro lado. Los otros se tienen que fumar el gentío. En la puerta de la escuela una señora más bien morrudita y baja, con delantal de colores y un aspersor en la mano, le pide las manos a los que van y vienen por la puerta. Gatilla dos veces. Los chiquitos se refriegan. Algunos la saludan con el codo, otros con el puño cerrado. Uno diminuto con pinta de jardín de infantes o primer grado en vez de saludarla se le prende de la pierna y la mira. La señora queda petrificada, por los ojos se le nota que no sabe si responder o no el abrazo. De la montonera sale una flaca disculpándose con todos. Le desprende al pibe de la pierna a la señora y lo reta con un chirlo mentiroso en el culo. Antes de que el pibe arranque saca un peine de la cartera y lo peina. El pibe no se deja y entra corriendo. La mochila es más grande que su espalda.
Seis cuadras más adelante paso por otra, pública. Un edificio de cuando Juárez Celman decía que la culpa de la crisis argentina era de 50 años de Sarmientismo. La escuela está a la vera de la autopista y si uno se para en la esquina puede ver cómo caen latas de cerveza, puchos y otras porquerías sobre los padres que están en la puerta. Ahí la cosa es más civilizada. La mayoría de los que esperan para dejar o buscar parecen inmigrantes o de provincias del norte. Guardan un orden marcial. Un maestro cuasi adolescente con un tatuaje de Los Piojos en el cuello va tomando lista y lo pibes van entrando. Tiene un tapabocas con el logo del Club Atlético San Telmo. Saluda de puño a todos los que entran. Me quedo a mirarlo porque el chabón tiene un saludo distinto para cada uno, como una coreografía sincronizada y particular según a quién tenga enfrente. Me dan envidia. Siempre quise que me saludaran así pero ya era viejo cuando se puso de moda. Escucho que una señora le dice a otra que tiene para largo en la puerta porque los 3 hijos entran en horarios distintos y le conviene más quedarse en la puerta que ir y volver 15 cuadras.
Sigo. No son las 11 de la mañana y en una esquina veo a unos nenitos de jardín de infantes saliendo de otra escuela, corriendo, saltando, abrazándose. Parece que adentro no los dejan y entonces, cuando salen, se permiten cierta libertad. Las madres vienen más atrás. A una la escucho decir que no sabe qué carajo le meten al alcohol en gel porque el guardapolvos del hijo tiene aureolas naranjas en los puños y el pibe jura y rejura que no usaron ni témperas ni acuarelas.
Sigo. Llego a la última. Pública. Frente a una iglesia. Parece que es el primer día del grupito que espera en la puerta. No deben tener más de 5 años. Creo entender que nadie más que los pibes pueden entrar por eso hacen una especie de acto afuera. Una señora sargentona, de pelo corto y cano grita poniendo orden y llamando a silencio. El prototipo de directora. Exige a los presentes que se coloquen el barbijo como corresponde. Es tan imperativo que me detengo solo para revisar si el mío está bien puesto. Se dirige a la pequeña multitud como «señores». Explica el protocolo. Se detiene. Le exige silencio a dos mamás que cuchichean y les ordena que se alejen. Las llama «señores». Las madres se miran pero no dudan un segundo en separarse dos metros. Una da un paso más, por las dudas. La directora sigue hablando. Me quedo a escucharla:
-Se acabó la época de compartir. Nada de compartir la botellita ni el vaso. Ni un lápiz pueden compartir ¿Entienden lo que les digo, señores? Esta va a ser una generación de chicos egoístas, fríos, que nunca van a aprender a compartir. Y esto -se apunta al barbijo- llegó para quedarse así que prepárense porque no es el mundo que ustedes y yo vimos, señores padres. Les informo, además, que nunca van a poder ingresar a la institución. Si quieren hablar con la maestra o conmigo, por mensaje, y si es muy grave, por computadora y por no más de 10 minutos porque acá vienen 300 alumnos. Ah, cada educando trae su botellita del alcohol, porque el que tenemos -les muestra un botellón vacío- lo pagamos entre los maestros y ya se acabó. Les exijo puntualidad para retirarlos, porque los grupos no pueden cruzarse. Y al primer estornudo, se vuelven a casa. Ahora sí, que tengan un buen comienzo de ciclo lectivo.
Los pibes saludan a sus padres y enfilan a la puerta tomando la distancia que les indica una maestra. Una nenita más parecida a un elfo que a un ser humano le pregunta al padre con voz de pito si en serio tiene que entrar, sino se puede quedar con él jugando a la play. El tipo le dice que no, que ya boludeó mucho el año pasado. Le da un beso. Le acomoda el guardapolvo que tiene bordado como el orto un «Sabrina» en el bolsillito. La da vuelta y la empuja para darle coraje y envión. La nena entra con pocas ganas arrastrando una bolsita verde. El padre le saca una foto con el celular.
Pobre, malos tiempo pa´ser libre. Igual, que se curta. Peor es trabajar.