En pampas en donde parar la olla es el desafío diario, el mangazo es pan de cada día. Te manguea una moneda para el vino la monada que hace esquina. Te manguea un pucho un cualquiera en la parada del bondi. Te manguea un limón el vecino y te manguean un trago si te ven con el fernet recién servido en la puerta de tu casa en navidad. También te manguean la billetera, la mochilla y las llantas si andás por donde no debés; eso no es estrictamente un mangazo pero a los efectos es igual. Te quedás sin algo que tenías.
Hace unos años la novedad fue la SUBE. Te mangueaban el pasaje. Distraídos y piolas subían al bondi voceando su necesidad “¿Alguien me paga? Le doy el billete”. Al no haber puestos de carga a mano la generosidad escaséa aunque almas caritativas nunca faltan en especial si sos mujer, joven y estás re buena. El resto, bueno, el resto se caga.
Hoy por hoy, la novedad es otra. Parada. Recién debe haber pasado un colectivo porque el refugio está vacío. Me siento en uno de los banquitos y escucho el griterío. Se podría pensar en gritos ante un asalto, una discusión de pareja al borde del femicidio, padres con ataque de nervios ante niños desobedientes o peleas de vecinos por el volumen de la cumbia o el resultado de un partido del ascenso pero no. Es una pareja. Muy entrada en años, muy entrada en carnes y muy pero muy sorda. Así que los viejos se gritan para entenderse. Falta una cuadra para que lleguen y la charla es clara, sin estridencias ni nervios pero a un volumen imposible. Hablan del precio de la banana y de la uva que vende la verdulería que está a unos 40 metros de la parada, del otro lado de la ruta. Un buen trecho antes de llegar hasta donde estoy la vieja dice -grita- que la pera no, que con el precio de la pera están robando a mano armada. El pibe de la verdulería la escuchó. Se da vuelta, mira hasta donde están, levanta la mano y le grita con algo menos de volumen “váyase a cagar, doña Irma”. La vieja le devuelve el saludo. Le dice al viejo “qué educado que es Rulo, siempre tan atento”. No sé si es ironía o sordera. Me quedo con la duda.
La vieja usa una falda enorme, agitanada y colorida. Camisa blanca de corte evangelista y anteojos. Pelo cano, corto. Cartera cruzada y uno de esos collares con dijes en forma de gente que simbolizan a los miembros de la famila. Debe tener colgando 10 de esas figuritas. El viejo usa boina, camisa y pantalón de vestir de invierno con el barbijo colgando del bolsillo de atrás, zapatos marrones con tiritas de cuero y agujeritos modelos 1970, con suerte. Como todo viejo lleva una especie de carterita de cuero bajo el brazo. Me lo imagino hace 40 años parado junto a una Renault Fuego con un pasa cassette estereo en la mano, de esos que salían enteros y había que llevarlos de un lado a otro para que no te lo afanen y que era una especie de dador de status pavote, como tener hoy día un iphone o un smartwatch. El futuro les deparó otra suerte. Ahora esperan el 382 Pontevedra-General Paz.
A los 3 minutos de llegar la vieja le grita al viejo que se olvidó el barbijo. El viejo le grita que es una vieja que se olvida todo. Le contesta que al menos ella no se olvida la pastilla para la presión. El viejo le grita que ahora va a tener que caminar las 5 cuadras para buscar el barbijo, que van a perder el colectivo y que van a llegar tarde.
La vieja me grita “¿No tenés un barbijo de más, muchacho? Me lo olvidé y los colectiveros no te dejan subir”. Me sorprende el mangazo. Le contesto que no. En realidad tengo uno sin usar en la mochila. Me lo cobraron tan caro que debe haber sido hecho con vello púbico de virgen nórdica o lo que sobró del vellocino de oro que tanto les costó a los argonautas. Me da pena usarlo. Así que no voy a dárselo a una desconocida. Aparte, hace unos días uno en la parada le contaba a otro que pegó un laburo en una textil clandestina en Mataderos y hacen barbijos truchos iguales al mío. -Posta, posta iguales. No te das cuenta -le decía- hasta el año pasado se vendían como caramelos pero ahora bajó el laburo y garpa más hacer mochilas truchas de Adidas.
Estoy a punto de preguntarle cómo se lo puede olvidar después de dos años en los que todo giraba en torno a eso pero luego recuerdo que en el bondi se lo sacan para hablar por teléfono, que 7 de cada 10 se lo ponen como el culo, que hicieron una marcha antibarbijos a la que fue Patricia Bulrich, que todavía hay quien dice que no puede respirar o que es todo una conspiración de textiles troskoanarcokirchneristas de ramificaciones mapuches para vender telas con veneno que te obligan a darte una vacuna comunista como los chinos, los rusos y los seguidores de Idi Amin Dada.
Cuando le digo que no la vieja pone cara de decepción y hace trompita como cuando le negás más helado a una criatura. El viejo, todo transpirado está juntando ganas para volver a su casa cuando dobla en la esquina, una piba. Lleva un changuito de compras. El viejo la ve y le grita a la vieja ” ‘perame acá”. Intenta hacer un trote rápido hasta la piba pero se nota que ya no le da el cuero para respuestas físicas intempestivas. La vieja le grita que tenga cuidado, que hay barro y se va a caer. Agrega con fastidio y casi para sí un “…otra vez”. El viejo llega hasta la piba. No escucho lo que hablan así que parece que todavía conserva el don de la charla civilizada. La piba se saca el barbijo y se lo da. El viejo le da un beso y vuelve trotando más transpirado que antes con el barbijo en la mano. Es de esos de friselina celeste y blanca que se venden a $700 la caja de 100. La vieja lo mira. Está por putearlo cuando el viejo apunta a lo lejos. Viene el bondi. La vieja lo mira y mira al viejo. El viejo no dice ni media palabra. Mira al piso. La vieja resopla sin decir palabra. Se lo pone. El viejo se pone el suyo. Llega el bondi.
El colectivo es alto y el tranco está más allá de lo que la vieja puede subir sin ayuda. El marido la empuja pero no le da el cuero. No es excesivamente gorda lo que pasa es que tiene las piernas cortitas y el viejo es muy viejo para tamaño empuje. El colectivero me clava la vista, impaciente, igual que los 120 infelices que van arriba. Unos deseando que les de una mano a los viejos para poder seguir el viaje. Otros, los menos, los que van sentados, rogando que el chofer se hinche las pelotas y los deje de garpe para no tener que darles el asiento porque es clavado que los dos lo van a pedir.
Cuando me resigno al hecho de haber nacido y me dispongo a darles una mano el viejo pega un grito para darse ánimos y consigue subir a la señora. Luego, él junta sus últimas fuerzas y se trepa. Les grita a todos “No me tenían fe, ¿No?”. La gente se sonríe. Los dos que estaban en el primer asiento y se están parando no, esos no sonríen.