Vemos series, películas animé. Leemos novelas, cuentos, cómics y poesía. Jugamos videojuegos, hacemos deportes y creemos en las religiones más establecidas y lo paranormal más delirante solo porque buscamos la épica que la vida cotidiana no tiene.
No todxs pueden ser felices, ni llevar la vida esperada. No todxs tendrán el trabajo soñado, ni el pan necesario sobre su mesa. No todxs saldarán sus cuentas con el pasado ni pagarán sus culpas ni volverán al hogar. No txdos serán amados por quienes aman ni sus nombres serán signos de algo relevante en el orden de las cosas creadas.
Para los que no, para los que alzan la vista en la noche y no alcanzan a ver la línea de la aurora, para aquellxs que desayunan con tostadas la tibia mansedumbre de la resignación cotidiana, para ellxs, la épica de consumo, enlatada, con los himnos y los cantos industriales sonando tras las banderías del marketing y la mercadotecnia. Para ellxs la vacaciones en paquete, cronometradas en dólares y aéreos, all inclusive, cuatro días cinco noches, con foto en instagram y suvenir y alfajores para regalar al patrón.
Para ellxs, épicas pequeñas, irrisorias, en las que el esfuerzo sobre humano por lo banal apenas si da frutos. Sísifos luego de cien años, con apenas méritos, con apenas infamias dignas del prontuario de la condena.
Épicas laborales, sexuales, educativas. Épicas de artesanado, académicas, de consumo, haciéndole pito catalán a la desilusión y el vacío; la vacuidad y la nada en cuotas.
En suma, la vida cotidiana, para ellxs, y en fin, también para nosotrxs.