Aquello de que en bolas todos somos iguales cobra sentido con los primeros fríos. Iguales en verano cuando nos ponemos dos trapos y a la calle, iguales ante el calor, iguales ante la ley e iguales ante la muerte. Todas cosas muy piripipí en los papeles y en las pretensiones burguesas pero en los hechos no. Como en una reducción al absurdo mal entendida la fresca pone los puntos sobre las íes que es lo mismo que decir que la verdad de la milanga depende mucho tu lugar en la pirámide alimenticia para saber si vas a zafar o si se te van a congelar las pelotas. Cuestión de dinero, dicen.
Poco después del amanecer, en la parada, hay dos pibes. Chicones, adolescentes. No paran de fumar. Bermudas sin medias. Zapatillas de lona. Barbijos de tela cuasi transparente puestos como el culo. Bucito y campera a los que se adivina demasiado finos por comparación con la treintena de almas que se apila en el refugio esperando el bondi. Los looks van desde el pasamontañas con bufanda y guantes al nene que se queja ante su madre de que le pica el pijama bajo el guardapolvos.
Los pibes están cagados de frío, uno, incluso, tiene todavía las lagañas de recién levantado. Supongo que probó darse una enjuagadita rápida y desistió. El otro está más despierto. Atando cabos por lo que dicen saco que son albañiles media cuchara, los que está aprendiendo. Hacen el laburo más duro, llevar, traer, descargar, apilar, revolver, palear, morir cuando se desploma un andamio, lo habitual cuando se es introducido en un oficio que compite en antigüedad con la prostitución, el levantamiento de quiniela y la policía.
Alguno medio chambón podría aventurar que es estratégico. Salen así, sin abrigo, porque luego se van a pasar el día sudando la gota gorda y es medio al garete abrigarse de más. Aplica para los últimos días de otoño, tal vez para el verano, no para hoy.
Viene el bondi. La mitad quedamos abajo, los pibes incluidos. Podrían haber subido, fácil, diez personas más, pero los de arriba se pusieron en plan europeos que quieren viajar con dignidad y no se amucharon. El chófer se hinchó las pelotas y arrancó sin importarle si había gente abajo o si la tenía colgada. El último que pudo subir es el nene de pijama y guardapolvos. Va fundido contra el vidrio de la puerta. El cachete se le vuelve una masa amorfa y toda esa zona se empaña al instante por efecto de la respiración. La madre, igual que él, le hace cosquillas en el cuello. El nene apenas si puede reírse.
Como enamorados a quienes acaban de dejar porque su pareja encontró algo mejor en sus vacaciones en Brasil los de abajo vemos cómo se va el colectivo; algunos, con los ojos llorosos, incluso, pensarán en el premio por presentismo que van a perder, otros que no van a llegar a tiempo para combinar con el tren. Habrá quienes piensen que llegan tarde al parcial o que se van a comer una media falta.
Los pibes piensan otra cosa:
-¡Qué sal, boludo! En ese íbamos pipones, calentitos y todo.
El otro se encoge de hombros. Se resigna rápido. Pone música en el celular y empieza a dar saltitos. Suena algo que mezcla cumbia villera, reguetón, hip-hop y guitarras. Canta una pibita.
De la parte de atrás del refugio sale un tipo grande, de cuerpo y de edad. Estaba en el grupete de los que no pudimos subir al colectivo, pero atrás de todo. Lleva gorra de señor mayor. Ahora se pusieron de moda por esa serie, Peaky Blinders, pero siempre fueron gorras de viejos. Tienen la misma virtud que el pijama del nene, pican.
El tipo tiene un termo bajo el brazo. Cuando llega a donde están los pibes ya tiene cebado un mate amargo y se lo encaja al de las lagañas, que de tan dormido, primero lo agarra antes de entender de qué va la cosa.
-ehhh, tío!- dice el otro -pensamos que te habías ido. ¡Y tenés mate!- se le iluminan los ojos.
-¿No les dije que tenían que salir temprano y abrigados?
-Nos quedamos dormidos. Mí campera piola se la llevó el Mati al colegio y la de él se la llevó mamá que estaba de guardia toda la noche. N’pasanaaa, somos re pulenta.
-¿Si? Miralo a éste cómo tiembla.
-Un mate más y se me pasa- contesta el de las lagañas – tengo sueño.- No tiene ni 18 años.
-A laburar, viejo, como dios manda- Dice el tipo -y allá, cuando lleguemos, lo primero que hacen es buscar diarios. Le ponen una hoja doblada adentro de cada zapato y un par más entre la remera y el buzo para que no les de el viento en el pecho, que está muy descampado y hay chiflete. Lo único que falta es que se enfermen y ya les dije que enfermos hay que ir igual.
Los pibes asienten. Uno toma mate. El otro da saltitos.
A laburar como dios manda dijo el viejo. Qué dios hijo de puta, pienso.