Pocos lo confiesan. Pocos se animan a recordarlo cuando al salir de la ducha borran con sus manos el vapor de los espejos y se ven cara a cara con eso que son, con eso que ni la desnudez, ni el jabón, ni el shampoo pueden borrar o limpiar. A veces, en un acto de arrojo propio de quienes se resignan a la muerte en alguna de sus variadas formas, uno se hace del valor y deja que venga a la boca, como un reflujo, como el regurgite amargo, ácido, de eso que no es vómito ni alimento; como una vergüenza, como una cicatriz, como una traición. Sí, pocos lo confiesan, pero todos -quien más, quién menos- hemos estado ahí diciendo lo que se dice en esos momentos «Jolene, Jolene, Jolene».
Cuando Dolly Parton escribió la canción para su disco homónimo de 1973 venía piloteando la relación con su marido que era medio barriletón y se había encajetado con una cajera de banco. El tipo estaba tan hasta las manos que la nombraba en sueños y Dolly, que era rubia pero no boluda, lo cazó al vuelo. La cajera era una de esas flacas que le pueden quitar la fortuna a un jeque árabe, un silmaril a Saurón, el deseo de ver al más militante de los ciegos. No se llamaba Jolene. El nombre, cuentan la leyenda y la propia Dolly, salió de una nenita muy linda que le pidió un autógrafo cuando ella estaba en pleno proceso de escritura. Algo así como una versión infantil de la cajera. Dolly le prometió escribir una canción con su nombre. Como toda persona de bien que empeña su palabra, cumplió y le legó a la humanidad una de las canciones más desesperadas de la historia de de la música popular, esas que la gente tararea y baila y deja que le alegre el alma. Una de esas canciones tan pero tan simples y sencillas que nos cuesta entender cómo es posible que conecte con la sensibilidad de millones. Son esas cosas del arte, la mina está diciéndole a Jolene -la cajera- que por favor no se lleve al tipo que ama y la gente ¡Qué hija de puta la gente! baila y canta y espera que Dolly la toque en sus conciertos como si fuera el maná que cae del cielo en épocas de vacas flacas.
Algo parecido pasaba en los 80 y los 90 con Amanece en la ruta, de Sueter. Yo mismo he visto gente apretar y garchar en los rincones a la hora de los lentos con una canción en donde se cuenta que el enunciador se está muriendo calcinado después de darse un palo y volcar mientras camina hacia la luz. Chicos, lo que estamos escuchando es un re bajón, pero a la monada le cuesta poco encontrar incentivos para ponerla, sobre todo si es gratis. Bueno, no todo artista consigue ese efecto. Dolly sí. Dolly -o su alter ego enunciador- le dice a Jolene que se deje de joder, que puede tener al tipo que se le canten las pelotas, que no es justo que se lleve al pibe que ella ama con locura. Le dice que si se lo lleva nunca más va a poder amar, le ruega, le suplica, le pide por favor. La única forma de interpretar Jolene haciéndole honor a su letra es arrodillado, abrazado a las piernas de quien se lleva al ser amado, llorando, clamando una misericordia que Jolene, ese otro fantasmal, no va a darnos. Por eso repite su nombre cual mantra, como un hechizo que conjure un don que no puede ser dado.
José Luis Perales, al contrario, demuestra cierta dignidad. Le pregunta a ella «y quién es él, en qué lugar se enamoró de ti». Incluso, en plan autoflagelante, le consulta «¿a qué dedica el tiempo libre?». Dolly no, Dolly va por todo. Le importa un carajo si Jolene juega al backgammon o le gustan las novelas de E. L. James. No le interesa si garcha como una actriz porno, si usa lencería cara o labiales Mac Lipstick. No le interesa porque sabe que no puede competir, porque no está a la altura. Así como a cierta edad ya nos queda claro que no seremos niños prodigios ni astronautas, también nos damos cuenta que hay un montón de cosas que no podremos ser, que no tendremos nunca, que no experimentaremos más que en sueños. Dolly va por ahí, entendió que el otro está perdido, que lo único que le resta es que el gran atractor universal alrededor del cual gira todo -Jolene- elija desaparecer. Pero Dolly no es astrofísica, no sabe que el gran atractor universal no puede esfumarse así como así, sin consecuencias; que si desapareciera, los equilibrios gravitacionales de todo el cosmos se irían al carajo y todo lo que existe cambiaría sus formas y contornos de un modo que no podríamos nunca preveer. No, Dolly no lo sabe y tampoco le importa. Porque Dolly, como poeta, como música, como ser humano, sabe que en ocasiones no resta más que perder la dignidad, incluso ante uno mismo; incluso en silencio con la almohada como único testigo, incluso ante un amigo medio falopeado que solo quiere cagarse a piñas con un patovica; incluso ante un cura que no ve la hora de poder ir a cagar mientras nos receta un padre nuestro o de un psicoanalista que solo escucha porque le pagan y tiene que hacerle una transferencia a su ex mujer antes de comerse una denuncia. Dolly lo sabe porque Dolly es piola. Sabe que todos estuvimos, estamos o estaremos ahí con ella en algún momento diciendo «Jolene, Jolene, Jolene» mientras afuera la fiesta continúa. Eso, Dolly, también lo sabe.
Me cierran el bar, chauchas.
Pd: de los trillones de covers de Jolene que pueblan el orden de las cosas creadas, el de Miley Cyrus es el mejor y acaso es porque Miley es ahijada de Dolly. Ahhh ese dato no lo tenían =)