Lila es millennial que es lo mismo que decir que nació bien entrados los años 80, que todo la ofende un poco, que no suelta el teléfono ni medio segundo y que siempre tuvo laburos de mierda y mal pagos, hasta ahora.

Lila sabe todo eso y no para de quejarse pero la verdad es que es una treinteañera de clase media que siempre tuvo lo que quiso incluido el cumple de quince pagado en 24 cuotas y el viaje a Disney en 48. Cambia el celular cada dos años y aunque se las da de popular por veranear en hostels de marihuana friendly en provincias poco turísticas opina que la costa argentina tiene un agua asquerosa y que no hay como las playas de Brasil.

Dejó sin terminar una carrera en comunicación en la Universidad Austral e hizo cursos de todo aquello que está entre la porcelana fría, el misticismo en la obra de Hegel, la herrería para mujeres y el periodismo de videojuegos. Hay que reconocerle algo, estudiaba mindfulness, emprendedorismo y liderazgo cuando todavía no tenían esos nombres. A pesar de ser una burguesa medio jipona que explora distintas formas de libertad porque está aburrida nunca le robó a nadie con el chamullo de la superación personal. Nunca cambió el lado del mostrador que es lo mismo que decir que nunca se hizo llamar “facilitadora”, “guía”, “acompañante”, “swuami“, que es el paso natural que dan casi todos los que cursan ese mambo: el sueño de la estafa propia, que le dicen. No lo hizo porque, mal que mal, es honesta. En el fondo sabe que es chamullo, mentira, cuentitos para que adultos ansiosos duerman tranquilos o sientan que están a punto de pegarla y salvarse. No le molesta, a ella le sirve.

Como cualquiera con dos dedos de frente se dio cuenta más temprano que tarde que no es negocio eso de laburar todo el año de algo que no te interesa para descansar 15 días. Le esquivó todo lo que pudo a las 8 horas pero en vista que estaba en cualquiera y que su carrera no avanzaba los viejos le pusieron los puntos y la mandaron a laburar a una empresa de seguros de un amigo que les hacía la gauchada. Duró dos años. Cada 6 meses se le brotaba la piel, como si fuera sarampión. Se tomaba unos días, hacía un tratamiento con cremas y pastillas varias. Se le iba. Funcionaba un tiempo y de nuevo la misma historieta. Hasta que renunció. Santo remedio. El asunto es que hay que trabajar para vivir y estás en una posición complicada si hacerlo te da alergia. Hizo, entonces, todo lo que se esperaba de alguien de su situación: paseó perros, cuidó chicos, acompañó ancianos, fabricó koquedamas, vendió pan relleno y horneó masa madre. Fue camarera en temporada alta (en la playa en verano, la montaña en invierno); produjo varios programas de radio en San Marcos Sierra y en una localidad del sur de San Luis donde hacía de locutora, productora y musicalizadora durante 16 horas diarias a cambio de techo, comida y la mitad de un sueldo mínimo. De esa etapa puntual recuerda dos cosas, que no vio la luz del sol por dos meses y que fue la primera en pasar metal noruego y música de animé a las 3 de la tarde en una radio rural. Orgullosa se jacta de haber sido la responsable de que los adolescentes en un radio de 30 km volvieran a engancharse al dial. Fue una celebridad zonal por un tiempo hasta que se terminó el verano y los paisanos quisieron volver al folclore, la cumbia y al tango tradicional y no “esas mariconadas de Piazzola y la Fernandez Fierro, que nadie entiende”, como le dijo el dueño de la emisora, que se la fumaba porque no tenía cómo reemplazarla.

La Lila millennial tiene el vínculo esperable con las redes sociales. Gracias a eso y a un par de contactos hace cerca de una década que su fuente principal de ingresos es como community manager. Agencias de publicidad la contratan para campañas de productos no muy premium pero que pagan dinero contante y sonante y no como cuando laburó en una granja de trolls para un periodista ultra K que tardó 5 meses en pagarle con la excusa de la crisis en la última etapa del macrismo.

Ahora tiene un laburo “piola”, dice, dibujando ella misma las comillas en el aire. Gestiona todos los días durante 4 horas, de 20 a 24, las redes de una modelo de Onlyfans colombiana, que vive en Cali y que paga en dólares. La contrató una empresa asociada a la modelo. O la modelo contrató a la empresa y tercerizó el laburo en Lila, o Lila y la colombiana fueron contratadas por la empresa. No es muy claro el asunto y Lila no pregunta. Mientras la otra pone la cara y exhibe sus rincones en toda su gloria, su laburo es hacerse pasar por la colombiana, enviar los packs de fotos eróticas a los que pagaron y escribirles correos sugerentes en el idioma del cliente porque habla y escribe en 3 idiomas producto de una educación con aspiraciones de piripipí. Recibe decenas y decenas de fotos de pijas de todas partes del globo a través de cuanta red social se les ocurra.

-Al final, son todas iguales. No me interesan. A estas alturas estoy entre la paja y el lesbianismo.

Cuenta que el sueldo es lo suficientemente bueno como para pagar el alquiler y poder irse de vacaciones por todo el país siempre y cuando tenga internet y 4 horas disponibles porque eso sí, es todos los días sin derecho a pataleo.

– Tener que tratar con pajeros internacionales cuando tenés fiebre y flasheás covid es una cagada. Peor es para la colombiana que tiene que estar en bolas aunque no tenga ganas, esté menstruando o muerta de ganas de salir con su pareja.

Al menos la cosa prospera. Cuenta que la modelo, desde la pandemia para acá, ya se operó varias veces y, mientras más voluptuosa, más clientes, más trabajo, más packs y más para el bolsillo de todos. No le preocupa formar parte de una maquinaria que orilla la prostitución, no piensa en esas cosas. Cuenta que habló 4 o 5 veces con la modelo y que está contenta, que no parece que nadie la esté obligando a nada porque, a lo sumo, la que la obliga es la falta de laburo. Los de la empresa tratan a la colombiana como si fuera una estrella, obvio, es la gallina de los huevos de oro. Vaya uno a saber cuánta gente vive de eso. Y menos mal que está ella, Lila, porque la colombiana a duras penas diferencia sujeto y predicado. La invitó varias veces a que la visitara pero le gambetea a la tentación de tener algo con la mina.

Mientras se prende el decimoquinto pucho de la charla Lila dice, acaso confiesa, que a veces sueña que es otra, la colombiana, la de antes, la que no se había operado. Y que los hombres en sus sueños le piden que haga cosas rarísimas o asquerosas, que les mande fotos de sus pies, de sus detritus, de sus bombachas usadas. En la vigilia, más de una vez, tuvo que documentarse, ir a ver qué era eso que sueños y seres reales le proponían. Recibía pedidos de cosas que cree que un poco la traumaron pero que ya está grande para escandalizarse y se la banca. Y eso que ella solo es una intermediaria. Hay quienes viven lo más chotos sabiendo que con su laburo se fumigan escuelas así que ella puede hacer el esfuerzo de vivir sabiendo que ahí afuera hay gente que se masturba con soretes.

Su familia no sabe que ésta es su entrada de guita principal. Siguen creyendo que postéa cosas para marcas de sopa. Por suerte, los ve poco. Navidad, cumpleaños, ocasionalmente un velorio.

-Militan la normalidad, dice.

Alguna vez un chongo random le sugirió que se largara ella a posar, que para qué le servía entonces tanto emprendedorismo y mentalidad de tiburón, pero reconoce que no le da el cuero en varios sentidos. Principalmente no le daría la cabeza. El lomo es lo de menos. El mundo del porno online es tan variado que hay mercado para cualquier tipo de cuerpo. Antes de la colombiana administró los perfiles de una pareja de gordxs transexuales que no se arrimaban ni de casualidad al canon occidental de belleza y aún así facturaban a lo pavote bailando en tanga con los flota-flota al aire. Cuenta que dejaron el negocio cuando unx de ellxs encontró pareja estable y vino a la Argentina a casarse.

Alguien que participa de la charla le pregunta si después de tanto tiempo haciendo eso se bancaría algo más light, más pedestre. Contesta que no está segura, que aun si le pagaran lo mismo o incluso más sufriría la rutina bondi-laburo-bondi. Insiste con eso de que es un espíritu libre. Cuando lo dice deja entrever una crítica a quienes no somos como ella, algo así como que tenemos el espíritu en relación de dependencia o que somos un poco boludos. No registra esas implicancias. Tampoco las que se siguen de su forma de cobrar. Para que no le pesifiquen los dólares a precio oficial la empresa le hace el depósito en un banco uruguayo así que una vez al mes ella o una amiga de confianza cruzan el charco y los meten de querusa. De ahí, a las cuevas del microcentro sin escalas. Nunca tuvieron problemas porque tampoco es tanta guita pero a precio blue la cosa tiene otro color. Lila -entonces- se convierte en un ejemplo inmejorable de que se puede ser muy espiritual y al mismo tiempo un evasor hijo de puta. Se ofende cuando se lo indican.

-Todos deberían hacer lo mismo.

Alguien le dice que si el resto hiciera lo mismo el país se iría al carajo.

-¿Saben cuánta mierda y cuánta poronga tengo que ver para ganarme dos mangos? La guita es toda mía. El resto que se cague.

No sé si decir que Lila es un espíritu libre o un espíritu libertario. No me decido. Antes de irse nos pide el email y nos regala un voucher online de packs de la colombiana. Nos dice, casi que suplica,

– Ojo, eh. Nada de pitos.