Hace un tiempo, antes de navidad, una conocida, médica, me contó que en una clínica cheta del conurbano, Ramos Mejía, San Justo o por ahí, hay un par de pibes con cancer. Pibes chicos, adolescentes, pelados, en silla de ruedas y en tiempo de descuento.

Ahí se conocieron, entre las horas de espera entre quimioterapias inútiles y charlas con el psicólogo que siguirá vivo mientras ellos se pudren. Él, Lucio. Ella, Cami. 16 los dos, ella más grande por unos meses. A él, en ese momento, le daban 5 meses de vida, no mucho más. A ella, tal vez 7 u 8 con viento a favor. Tenían el permiso de irse a sus casas pero tarde o temprano terminaban por alguna urgencia volviendo a la clínica así que prácticamente vivían ahí. La médica me contaba que en la clínica había una revolución. Una enfermera los había visto besándose en un pasillo. Ella de pie y él en la silla. Los convencieron, casi que hasta los obligaron a tener una primera cita, solos, en los jardines de la clínica. Aun no había ocurrido, pero no es difícil imaginar que ese momento, de intimidad, no tendría nada. Médicos y familiares pendientes de los preparativos, enfermeros y administrativos mirando por las ventanas, todos esperando celebrar una caricia en la mano, una risa o quizás un beso dado a santo de nada. Todos ahí, pegados al cristal, queriendo exorcizar para sí la certeza de la muerte por goteo mientras los pibitos intentaban ver si al otro le entraban ganas de apretar un poco como para variar el sabor a ciclofosfamida en la boca.
Típico de película romántica con golpe bajo incluido que ensalza el milagro de la vida mientras los que espichan son otros.

La médica me contaba que estaba tratando de gestionar ante la burocracia matasanos que le permitieran darle a Cami un poco más de cierta droga que usaba para que no hubiera riesgo de descompensación ese día. Que le ponían peros por estar contraindicado pero a esas alturas no daba pincharles el plan a los pibes.

Nunca me enteré cómo salió la cita. Por ahí se quedaron sin saldo en la SUBE de la vida y fue un bajón entre otros tantos. Pero por ahí salió bien. Lo más probable es que llegaran arregladitos, perfumados, con la silla de ruedas reluciente y los mejores pañuelos de colores sobre la cabeza, hinchados las pelotas y los ovarios de los consejos y sonrisitas a media boca. Lo más probable es que conversaran de boludeces, se tomaran una coca, un par de besos y cada uno a su habitación porque somos muy progres buena onda pero menores medio muertos garchando en una clínica no es bien visto en ningún lugar.

Pienso en ellos desde que escuché la historia y más aun en estos días próximos a San Valentin. Ojalá les haya ido bien. Ojalá los dioses les permitan, si los hay, llegar a ese día, para que hagan y se digan todos los lugares comunes habidos y por haber del romanticismo berreta. Ojalá que les hayan comprado todo lo necesario para regalarle al otro y ojalá se miren a los ojos y se mientan una comunión que no es posible pero siempre deseable.

Quiero creer que al menos ellos se lo merecen. Que tengan suerte.