Al final de cuentas la adultez es una enorme decepción. Si hacemos números, nos preparan una veintena de años para ser adultos porque si tenemos suerte nos pasamos la mayoría de la vida siéndolo. Sin embargo, le ponen tanto empeño en predicarla que cuando llega no puede ser sino como una caja vacía sin regalo dentro.
Más allá de la juventudes extendidas que pueblan la reflexión psico y sociológica de los últimos tiempos -certera en algún punto- el culto a la adultez puebla los discursos más variados. Se espera que luego de cierta cantidad de tiempo uno se comporte de determinada manera, piense, sienta, sufra y ame «como un adulto» o como lo requiera la imagen idealizada de la adultez que cada cultura se arma en función de sus necesidades históricas, económicas, sociales, etc, etc.
Esto no es una vindicación romántica de la juventud ni de la niñez. Los niños son básicamente cachorros humanos en proceso de domesticación. Su crueldad innata ha sido documentada por cualquiera que haya pasado por el jardín de infantes. Los jóvenes o adolescentes no son superiores. Cambian los temas de interés y sus consumos pero siguen siendo individuos en proceso de normalización. Estas son, en el mejor de los casos, una serie de reflexiones inconexas sobre lo que implica vivir y crecer bajo un discurso deficitario que hace aguas por donde se lo mire. ¿Por qué? Porque hay un modo de ejercitar la adultez absolutamente desfasado de los valores que se pregonan sobre ella. Porque no hay modo alguno de ser adulto a los ojos del señor, porque no hay modo alguno de satisfacer lo que se espera de un adulto sin volverse loco o bordear la hipocresía. Y porque no es gratuito serlo o negarse a serlo en cualquiera de los términos que barajemos para pensarlo.
I
Pongamoslé que se llama Riki. Riki es mi amigo hace algunos años. Riki hizo con mucha dificultad económica el clásico camino a la adultez. Laburó, estudió contaduría, conoció a una piba piola, se casó, tuvo un pibe, se construyó una casa. Riki no bebe, ni fuma ni trasnocha. Riki paga sus impuestos. Riki es como el común de los argentinos, de centro derecha. Cualquier exceso le desagrada. No es muy leído. Pero tiene una afición. Riki es melómano, colecciona discos y se junta con sus otros grupos de amigos a hablar de sus discos raros que nadie en el universo más que ellos tiene o conoce. A mi me gusta pero nunca me dio el billete para eso y a Riki tampoco pero colecciona igual porque cada uno con su mambo.
Un día, hace algunos años, tomábamos mate en su casa. Su compañera se levanta y sale del comedor. Riki de pronto mete la mano en el bolsillo y saca un puñado de billetes que mete en el mío y me hace señas de que guarde silencio, que después me cuenta. Cuando me voy me dice «te va a ir a buscar al laburo pirulito, te tiene que dar algo. Callado, que Fulana -su esposa- no se entere.» Riki me dio $2000. A los pocos días cae pirulito con un disco en vivo de 1983 del plomo de Scorpions en Japón. Hay que estar quemado para eso. La cosa es que cuesta coordinar la entrega del disco porque Fulana sospecha, no le gusta que Riki haga gastos grandes cuando deben fortuna en tarjetas de crédito. Arreglamos. Llego, tomo unos mates. Cuando me voy le doy el disco. Me agradece y me acompaña a la parada. Me pregunta por mi vida. Le cuento. Y me dice algo así «Tenés que crecer, tenés que dejar de vivir la vida de barrilete que llevás, volverte adulto; cambiar el laburo de mierda que tenés, dejar de gastar guita en las revistitas que hacés y nadie lee, dejar de andar con minas y crecer porque sino siempre vas a ser un boludo». Como Riki es una persona querida me pinchó, me dejó pensando, compungido. Tiempo después me llama para contarme que tenía un affaire con una compañera de laburo que le quemaba la cabeza, que no podía dejar de verla. Y Riki, que vá, dejó su vida y se fue con su compañera de laburo con todo el quilombo que eso implica y con todas las agachadas y pequeñas y grandes miserias que eso depara. En algún momento intenté conversar con él acerca de que sus elecciones no parecían ser las más atinadas. Me contestó que lo decía porque no andaba con una mina que estuviera tan buena como la suya.
II
Polo es mi amigo, como Riki, pero de otro grupo. Polo es más leído, es politólogo de una familia que también la remó mucho pero con otras aspiraciones intelectuales. Polo tiene un hermano super perfecto, Marcos, casado con una antropóloga perfecta e hijos perfectos. Francamente, gente a la cual envidiar. Polo me cuenta que en una reunión de ex compañeros militantes -porque su hermano es tan perfecto que milita en el PTS, el MST, el abc o lo que carajo sea- Marcos se encuentra con una ex amante de juventud y se recontra achuran durante toda una noche sin pausa ni tregua y aquí no ha pasado nada.
Polo, también está casado y tiene un hijo. Conoció a una contadora y se fueron a vivir juntos. Su vida es algo menos perfecta y tranquila. A veces se hincha las pelotas de la vida familiar y, como todos, tiene sus crisis. En un principio cuando le agarraban se venía conmigo en una época en la que yo barrileteaba posta, entonces él volvía medio coloqueti a su casa y obvio, su compañera, no muy lúcida, en lugar de pensar que quizás algo en su relación no funcaba se la agarraba conmigo y pensaba que era una mala influencia para la pobre víctima de su amado esposo.
Cuando se compró una casa en la costa, Polo viene y me cuenta que la compraron entre los dos. Me muestra fotos y me dice «ves esos árboles, si me llego a separar todo lo que está más allá de ellos me corresponde a mí, lo tengo marcado, por las dudas».
Hace algunos años Polo vino e hizo lo que suele hacer la gente conmigo, me cuenta sus miserias y agachadas. Es lo que hacen los amigos, supongo, escuchan, pero da la casualidad que la gente me busca para contarme su lado oscuro pero no para invitarme a compartir su dicha. La cosa es que viene y me cuenta…adivinen qué…que tiene un affaire con una panadera que le vuela la cuca, que es solo sexo, que no hay conexión intelectual pero que le pega unas zarandas de padre y señor nuestro. A diferencia de Riki, Polo lo cuenta con cierto pesar que no le impide en nada seguir haciendo lo que hace a escondidas. Me dice algo así como «Nos volvimos viejos, antes teníamos valores». Me deja pensando ese nosotros inclusivo del «teníamos», como si necesitara meterme a mí en su propia bolsa para poder contarlo.
III
Kata es una flaca que fue compañera mía en Filosofía y Letras. Una chica 10, madura, adulta, estudiosa. Se recibió al toque mientras yo todavía no podía decir Heidegger sin que se me lenguara la trava. Siempre de novia formal. Nunca sola. Coincidimos en una fiesta cuando estaba en una crisis con su novio. Como la historia era larga estaba dolida. Hubo onda, nos acostamos. En algún punto su plan era sacar un clavo con otro pero no hubo cuórum. Nos vimos un par de veces. Se puso de novia con alguien. Y también, crisis. Cada vez que tenía dudas con el tipo, me llamaba. Nos veíamos y ella testeaba su amor por el novio conmigo. Enseñaba filosofía pero ya no la practicaba ni le interesaba. Le daba paja el ejercicio lógico, había pasado a curtír el shamanismo y la lectura de auras. Iba a dar clases con los mismos apuntes de siempre. Predicaba el respeto por los otros y el amor en consonancia con la naturaleza pero su primer impulso siempre era cagarse en los demás. Me clavó tantos encuentros que en un momento dije basta. Un bajón, era linda y hacía yoga.
IV
No creo que la adultez romantizada sea un espacio en el que el sexo y la monogamia no sean conflictivos. Las anécdotas van por otro lado. Si las cuento no es para hacer leña del árbol caído sino para poner en cuestión que muchas de las actitudes que sostenemos en relación a la adultez son moralizantes solo porque sirven a intereses que, cuando no nos son útiles, descartamos por conflictivo que eso sea. No recuerdo a una sola de mis ex que no me reclamara una actitud adulta cuando no se sentían a gusto con mis respuestas. Pienso en la gente que reclama eso en los aspectos sociales de su vida pero que en su vida cotidiana hace lo que ahora se ha dado en llamar el «fantasmeo», desaparecer, dejar de llamar, por mencionar un ejemplo.
¿Qué es ser adulto? ¿Cómo se responde a esa pregunta?
La adolescencia es una época jodida si no sos popular y lindo. Yo la pasé como el orto. Pero no porque me surtieran por leer sino porque no podía tener el control de mis hormonas y mis sentimientos. Deseaba crecer, hacerme viejo para no padecer esa fluctuación cotidiana y para que aquellos que me rodeaban tampoco lo padecieran. Hoy, arañando los cuarenta, veo que, o bien no es posible, o bien somos una sociedad incapaz de serlo. Veo gente de mi edad, de todos los estratos sociales hacer cosas lejanas a lo que se espera de un adulto. Veo a gente mucho mayor que yo tener los mismos conflictos emocionales que los adolescentes pero claro, solapadamente, ocultos bajo la camisa y la corbata, muy civilizados en mitad del subte no pudiendo justificar ante sí mismos el desborde emocional o justificándolo con argumentos inverosímiles.
V
Al final de cuentas la adultez es una enorme decepción. Tenés ciertas libertades, cierta independencia, cierta experiencia acumulada en varios órdenes de la vida que te hacen no aceptar drogas de extraños pero en el fondo el conflicto humano es el mismo que en la niñez y la adolescencia. Somo igual de crueles que los niños, igual de fluctuantes que los jóvenes. El amor y el odio nos impactan del mismo modo y reaccionamos a eso con el cuero en vez de hacerlo con la cabeza. Tal vez no se pueda. Tal vez la adultez sea una mentira que le decimos a los niños, una suerte de reino de los cielos racionalizado en el que se prometen órdenes y libertades que no pueden alcanzarse.
Al final de cuentas la adultez es una enorme decepción.