Llueve. Primero finito y después a cántaros. Voy sentado. Intento dormir. En Kathan city se llena. Delante mío tengo a dos flacas paradas. Hablan fuerte. Una tiene un vozarrón aguardentoso, áspero. Se le nota a la lengua que es mujer de pocas pulgas. La otra es más recatada en el tono. Al principio no abro los ojos. No me importa lo que dicen. Hablan de cualquier cosa hasta que la de voz recatada le dice
-¿Y, boluda? ¿Me vas a contar o no?
-Y sí, boluda. Me re calenté. Hacemos un trío y no me dan un puto gusto. Los mandé a la mierda- dice sin bajar el tono.
Ya no puedo dormir. Paro la oreja. Todos los que estamos a su alrededor hacemos lo mismo.
-Cuando garchamos él, Itatí y yo, le di todos los gustos. Quería que a ella la chapara, la chapé. Quería que le chupara todo, me daba asco porque no la conocía y la chupé, igual. Quería que le saltáramos sobre el muñeco, le saltamos. ¿Y cuando hacemos uno con otro tipo resulta que es de putos darse un simple beso?
El tono de enojo es demasiado sonoro para el lugar y la hora. Entreabro los ojos y compruebo lo que imaginaba: hay al menos diez personas prestando atención. Cinco tipos, seguro, el resto creo que son un par de viejas y unos pibitos.
-Resulta que un beso es de putos pero cuando la vez anterior los tenía a los dos adentro jugaban a que se sentían las puntas de la pija en cada hamacada. Un dedo entero le meto – y le muestra a la amiga el índice completo con el puño cerrado -uno entero y resulta que un beso es de putos. A Miguel lo convencía, si a ese le cabe cualquiera, pero a él no, se empacó. Que no, que cómo nos vamos a besar, que si total me estaban garchando a mí. Qué no me jodán, son todos muy machos pero a todos les gusta.
Ya la cosa se desmadró. Es cuestión de tiempo antes de que alguien le diga algo. Y le dicen. Una flaca que está sentada atrás mío con un nene de unos cinco años le dice con mala onda si no puede hablar más bajo porque el nene escucha. El nene está jugando con el celular y probablemente jamás entendió de qué iba todo pero es cierto que aunque la anécdota es entretenida no son cosas para hablar a viva voz. La mina del trío le contesta que no se meta en lo que no le importa, que ella baja la voz pero que guarda con el tonito porque a ella nadie la prepotéa, que quién se cree que es. La otra, la de la voz más tranqui, le dice que ya fue, que hable bajo y ya.
-A mí no me gusta la poronga, chiquita- Dice uno que araña la mendicidad. Subió en El Talita con una bolsa llena de latas pidiendo que alguien le pagara el boleto con la SUBE, porque no tenía crédito, que él le daba los billetes. Una vieja le pagó. Le quedó debiendo diez pesos, de puro garca. El tipo se quedó esperando la respuesta pero o lo ignoraron o no lo escucharon porque no recogieron el guante. También puede ser porque el tipo huele fatal y casi casi que está en duda su condición humana. Igual se nota en el ambiente, una chispa y se prende fuego el bondi.
El problema fue la última frase. Hay zonas en las que no se duda tan abiertamente de la heterosexualidad de alguien sin llevarse un facazo. De hecho, son las mismas zonas en las que día por medio aparece una mujer amasijada por mucho menos y justo justo, estamos en una de ellas.
Las flacas bajan la voz porque se dieron cuenta que estaban meando fuera del tarro pero igual siguen hablando aunque se oye entre cortado. Parece que la fiesta terminó ahí, a los gritos, con los tres en bolas carajéandose y reclamándose cuentas viejas. Que si no hubiesen tomado -no entendí qué- capaz que la cosa no era para tanto pero al final hubo algún que otro golpe y ella los mandó a cagar y se fue a su casa. Dice que nunca más, que la próxima se coge a uno que sea directamente puto.
-o a vos – agrega, seria, con una sonrisa, mirando fija a la amiga. La otra se sonroja y no contesta. Se bajan en Evita city.