Miércoles de marzo. Siete de la tarde. Calor. Humedad. Me siento mal desde la mañana cuando mientras estoy sentado detrás de todo, el chófer abre las puertas para que suban todos los que quieran. Tengo que darle el asiento a una chica enana que va con su hijo en brazos porque todos están dormidos. Hubiese hecho lo mismo pero me engancharon cambiando de canción en el celular. Mala mía. El sol me da en la jeta todo el viaje y siento el resurgir de los fideos medio crudos que me comí anoche.
Al medio día llego a la conclusión unánime de que en el finde largo todos fueron encantadoramente felices menos yo.
Ahora, por la tarde, mi merengue estomacal no varía. Esperando el bondi en la puerta de Ámbito financiero -un pasquín apto para toda operación económica- me acodo contra un árbol mientras sudo la gota gorda. Primero un viejo me caga a gritos porque no le paré el colectivo. Dice que es por culpa de “los walkman en la cabeza que nos vuelve pelotudos”. Se queda gritándome aun cuando ni lo miro ni me saco los auriculares. Estoy de mal humor y tengo ganas de surtirlo pero cualquiera se hace el poronga con gente medio muerta. Luego, uno en la cola se prende un porro con yerba paraguaya que parece haber sido regada con meada, glifosato o jugo suin de pomelo. Tiro unas arcadas con la primera bocanada del humo del fulano. El viejo, claro está, se siente irascible con la juventud que se caga en su conveniencia pero no con la que fuma drogas de cuarta categoría. Cuestión de prioridades o cuestión que el fulano tiene pinta de darle un sevillanazo a cualquiera que se le ponga adelante; y el viejo, arrugado pero no boludo, registra que garpa más romperme las bolas a mí que al chabón.
El bondi llega como a la media hora con las luces apagadas. El chófer a los gritos pregunta si vamos a Catán por autopista por ruta 21. Dice que no le anda la fusilera. Para en todas las paradas y en todas bocea lo mismo. Vamos a tardar, intuyo, tres horas y media gracias a su buena onda. Intenta darme charla. Lo dejo hablando solo porque ya la vida es bastante miserable y sórdida sin tener que aguantarse a un buen samaritano.
No hay luz, no puedo leer. No hay aire, me cagó de calor. El que se sienta al lado tiene olor a chivo mezclado con desodorante Axe. Un piba que viaja adelante saca para merendar un tuper con una especie de ensalada multicolor y llena de baranda a acheto todo el colectivo. Otra mina que va leyendo una revista Caras que tiene en la tapa a Marley y a Mirco empieza a gritar cuando ve unas fotos de Lali Espósito.
Vómito por la ventanilla antes de llegar a Plaza de Mayo. Si me hubiesen dado a elegir, elegía morirme. Lástima. No se dio.