Gourmandis

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Pueden decir que soy un tipo de la vieja escuela, llamarme nostálgico, tradicionalista, un punto afín a folclores pretéritos, un misticista adorador de dioses antiguos y caducos. En fin, un retrógrado. Y sí, es cierto, todavía uso barbijo. Lo uso bien puesto, además. Lo uso el tiempo que el paquete dice que es útil, además. Y en honor a la verdad, uso dos, además. Uno de farmacia medio careli y otro de tela de kiosko del conurbano que me regalaron. Los uso juntos, por las dudas. Me siento más seguro, en especial cuando me subo con 89 tipos durante dos horas en un espacio donde entran 30 y no abren las ventanillas porque se les enfría el pechito. Uso alcohol en gel, además. Me lavo las manos, evito el mate, saludo de puñito y me di tres vacunas, además. Lo hice constar en mí perfil de Tinder, para hacerme el sexy. No la pongo nunca, además, pero ese es otro tema.

Vomitito

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Miércoles de marzo. Siete de la tarde. Calor. Humedad. Me siento mal desde la mañana cuando mientras estoy sentado detrás de todo, el chófer abre las puertas para que suban todos los que quieran. Tengo que darle el asiento a una chica enana que va con su hijo en brazos porque todos están dormidos. Hubiese hecho lo mismo pero me engancharon cambiando de canción en el celular. Mala mía. El sol me da en la jeta todo el viaje y siento el resurgir de los fideos medio crudos que me comí anoche.

Mikima

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Subo y me tiro en el asiento más hediondo y al sol que hay sobre la faz de un 96 con aire acondicionado caliente que huele a trapo de piso viejo. Estoy tentado a sugerirle al chófer la existencia en algún lugar de un filtro de aire, que hay que sacarlo y limpiarlo. Su cara me disuade: bigote años 70, anteojos de policía motorizado del 80, canas circa 1940. Su voz parece una lima contra el acero. Lo noto cuando le menta el orto a una piba de unos 15 pirulos que cruza en un semáforo.