Subo. Arriba uno va escuchando cumbia en el celular a toda matraca. Atrás mío tengo parada una mina que ve una serie en el teléfono sin auriculares. Ve una de esas series sobre narcos protagonizadas por mujeres.

Me siento en el centro de Kathan city. Casi en el fondo. Leo sobre procesos de significación social hasta que al salir de La Ferrere empiezan a pedir el asiento para una flaca que va con dos pibitos. Se hacen las boludas y las dormidas al menos quince personas. ¿A dónde apuntan todas las miradas? Al que está haciendo algo inútil sobre el asiento en disputa. ¿Qué es eso de leer y subrayar? ¿A quién mierda se le ocurre que dar vueltas y vueltas un montón de papeles y repasarlos con la mirada puede ser algo digno de respeto? Los asientos fueron creados por el señor para dormir, apretar o ver videítos en el celular. Leer es para los que no los merecen.

Le doy el puto asiento. No me da las gracias la mina, ni los nenitos que carga ni los que exigieron que alguien cediera el asiento que, como no podía ser de otra manera, iban parados.

La mina pela un pecho y le da de morfar a uno de los pibes que ya habla clarito. El otro salta y grita. El que mamá cambia de teta. La suelta. Eructa y regurgita una porquería blanca que va directo a mis zapatos. Nadie se disculpa. Ni la mina por esquivar el vómito de su propio hijo ni el pibe, que tiene edad para tararear a Maluma pero no para comportarse como un ser humano. Se pone a llorar. La mina le pone otra vez la teta en la boca. Se calla. El otro sigue saltando.

Hago lo que puedo para agacharme y tirar sobre los zapatos alcohol en gel porque de seguro la mierda esa que le salió al pibe me va a carcomer el cuero de las llantas. Es el único momento en los que mis congéneres me prestan atención. La mina me mira con desprecio. Con ella venía su madre, abuela de los pibes. Hace un comentario tipo “¡qué finoli!” alguno de los que están alrededor se sonríen y asienten.

Sigue de fondo la cumbia.

Tengo ganas de llorar por haber nacido, como cuando me levantaba a las cinco de la mañana y me pasaba lo mismo en otro colectivo hace una década y media. En otro país alguien hubiese sacado un bufoso y empezado a los tiros. Yo soy más civilizado. Al notar que las ventanillas están cerradas me rajo un pedo sordo y cargado. Ayer comí locro.
Fúmenselo todo, linduras.

A los pocos segundos los mismos que exigían el asiento para la mina piden que abran por favor las ventanillas, que no se soporta. Lo mismo los de adelante.

Creo que me fui al carajo. Que la chupen.