Hace unos días entrevisté a un Antropólogo para Andén. El tipo hablaba sobre mitos. Contaba que el mito había caído en desgracia con la irrupción de la escritura que permitía revisar el pensamiento, volver a él. En ningún momento lo dice pero el pensamiento mítico estaba vinculado, como lo están los siameses, con los poetas y rapsodas que memorizaban largos pasajes e iban de lugar en lugar llevando su arte que era, a un mismo tiempo, un poco de arte, un poco de religión, un poco de información y filosofía. Los poetas decían que a través de ellos hablaban los dioses. Katogeos, era la palabra para designar el toque del dios. La divinidad los tocaba y ellos eran, por un lapso de tiempo, la voz del dios encarnada. Borges diría, milenios después, que la poesía era superior a la música porque la incluía. Platón los odiaba, a los poetas, porque representaban una forma primitiva de educación. Como si hiciera falta la rima para ayudar a la memoria a recordar las lecciones. Algo de eso hay. Los pibes aprenden en el jardín o en los primeros años del nivel inicial canciones con pretensiones pedagógicas. Cientos de dibujitos animados pueden dar cuenta de eso.

Todo eso para decir que hace más de media vida lo primero que escribí fueron poemas. Era adolescente, en la más clara acepción de la palabra. Adolecía de juventud, de tristeza por la niñez perdida, de los primeros desamores que te cuecen la carne con brazas, que, si te encuentran desprevenido, por ahí hasta te siguen doliendo a pesar de que su objeto de deseo sea hoy día un monstruo horrible con siete hijos y tres divorcios.

Con los años abandoné el ejercicio poético porque me aburría de mí mismo pero era bueno, para el poco recorrido que tenía en todo.

Pero cuento esto porque hoy me crucé con una canción que puede ser una canción cualunque que no vale dos mangos pero fue la canción que, al escucharla por primera vez, me hizo ir al papel en blanco y querer llenarlo. Tsun tzú decía que un camino de mil millas comienza con un solo paso. “Tu noche y la mía”, de Revolver, fue la motivación para comenzar a pensar en ese paso, y de hecho, algunas de sus frases las robé mucho y con orgullo.

Ya no existe la radio en la que la escuché ni sé en qué andará la locutora que la presentó en 1994 pero creo que en la memoria, en algunas de sus formas, algo de esa emoción aún pervive.

Ojalá que la disfruten tanto como yo aquel domingo de invierno cuando me llenó las manos de palabras. O simplemente, que la disfruten como les salga.