A Rocío, una ex compa del secundario que cada tanto me cruzo, le pasa como le pasa a muy poca gente: viaja sentada porque viaja al revés. Es decir, viaja a contramano del resto de la gente. Labura en Hurlingham, en el parque industrial. En un mundo más normal debería tener dificultades para pegar asiento porque el parque tiene espacio para cientos de empresas y miles y miles de trabajadores pero como todas las empresas se fueron a Brasil y los miles y miles de trabajadores se quedaron en pelotas, ella viaja sola. Simple, se fueron todos pero quedaron los recorridos de los bondis, como signos de una nostalgia fabril que no se enteró que ahora somos un país lleno de boludxs.
Rocío duerme, lee, mira series. Eso cuando no flashea que el chofer es un asesino serial porque, posta, viaja sola mucho rato, ella y su alma, con unos nenes con cara de violín que mama mía.
En el parque estaba Bimbo, textiles, autopartes y varias más. En los noventa estaba Goodyear que le daba laburo a 4000 tipos. Ahora le alquilan el predio a un club de golf para que unos viejos caretas se las den de Tiger Woods pero sin la misma suerte con las minas porque todos sabemos que la gente de guita tiene el pito chico y si no paga no coge.
En el parque quedaron algunas cooperativas salidas de las ruinas de una curtiembre pero no mueven el amperimetro de la desocupación. La campean como pueden o como les sale porque tienen la infraestructura lista para poner todo en marcha cuando pinte vaya uno a saber qué. Tienen esa suerte. Los del parque industrial de Laferrere que Cristina inauguró siete veces no la tienen. Solo un galpón de mierda y un Wallmark re choto ocupan la bocha de hectáreas vacías. A la esperanza hay que llenarla con hechos. Y los pibes que se armaron un barrio justo al lado miran con ganas toda esa tierra al pedo juntando yuyos.
Algo parecido a lo de Rocío me pasaba cuando laburaba en el aeropuerto de Ezeiza. Trabajaba a la tarde en una zona a la que sólo se iba para emigrar en una época igual a esta, con De la Rúa. El único problema era que, como los horarios marginales no garpan, el bondi no venía nunca, en especial de noche. Con los años pegué cierta onda con los colectiveros y me confesaron que en realidad por la noche pasaban seguido pero se cortaban para garchar con unas minas que laburaban debajo de Puente 12. Por lo tanto cogían dos veces, a las minas y a los pasajeros. Otro me dijo una vez que siempre que le tocaba mi recorrido se iba a pegar faso a La Tablada. Por eso hay un círculo del infierno reservado para los colectiveros. Está apenas por encima del de los policías y apenas por debajo del de los preceptores.
A mí, en la actualidad, todo eso no me pasa. Viajo para el orto, en bondis hasta la pija, durante horas. Jamás pego un asiento y cuando lo hago al toque lo tengo que ceder a embarazadas de dudoso embarazo, discapacitados de dudosa discapacidad y viejos de dudosa vejez.
Como dice mi papá “agradecé que tenés laburo.”