Todos conocemos la frase “prueba y error”. Su sentido va de suyo, probamos y nos equivocamos hasta que la pegamos, hasta que le encontramos a los problemas que nos aquejan soluciones razonables que impliquen procesos resolutivos capaces de ser estandarizados, sustentables, que perduren.

Suponemos que las personas promedio desdeñan el error, que en el mejor de los casos yerran involuntariamente y aprenden de esa experiencia con el fin de arribar a soluciones que clausuren los problemas enfrentados. En la Argentina no funciona así. No hay una dimensión de aprendizaje ante el error. No es sólo un problema de memoria. Algunas culturas se dicen así mismas que el ejercicio de la memoria previene contra los errores y horrores del pasado. Se dice que la memoria de algún modo exorciza de ante mano los sufrimientos que aguardan en la incertidumbre del mañana. Judíos, armenios, pueblos,originarios de América y Africa bien lo saben. En la Argentina no es un problema de memoria. No se olvida, se tienen bien presente el pasado porque no se ha decidido darle fin ni solución. Conscientemente, cerrilmente, a sabiendas, se elije error. No se olvida la experiencia, simplemente se le da la espalda a lo aprendido. No hay nociones arraigadas de conveniencia a futuro, planes a largo plazo, proyectos que transciendan la inmediatez del beneficio contante y sonante. Lo que hay es un ejercicio venal, pasional que ama y odia, que juzga y venga, que da a luz, y que sepulta sin medias tintas. Todos reclaman su inocencia, todos declaman su autoridad moral. Nadie -en sus fueros más íntimos- le cree a otro más que a sí mismo. No hay un criterio social aceptado que delimite el campo de lo bueno y lo malo, lo correcto de lo incorrecto, lo inmoral y lo moral. Como en otros países pero más que en otros países la ley es la ley de los ricos y siempre es así aunque los ricos cambien de rostro y de modales. Las estructuras no se mellan, las matrices no cambian. Y cuando se opera con los mismos elementos el universo de posibilidades puede ser variado pero en el transcurso de 200 años, por dar una magnitud cualquiera, los resultados pueden ser enumerados, descritos y cuantificados. Es decir, son finitos. Esto se resume con el saber popular: Si siempre se hace lo mismo el resultado será el mismo. En la Argentina esto esto es cotidiano, se sucede de generación en generación, de gobierno en gobierno, de ciudad en ciudad y de pueblo en pueblo. Atraviesa clases sociales, etnias y religiones. Traspasa ideologías políticas y posiciones estéticas, se respira en el aire, se bebe en el agua.

Por lo antes dicho la Argentina y sus habitantes son un mal ejemplo para el género humano. Si ve un argentino huya se él. Si está armado, dispárele en el acto. Las generaciones futuras se lo van a agradecer.