Soy un cirujero, levanto cosas de la calle. Veo utilidad allí donde otros ven desechos, desperdicios, pedazos de cosas caídas en desgracia. Por eso desde hace casi un mes los dioses tratan de decirme algo toda vez que levanto arandelas del piso. Decenas, cientos incluso, tiradas en la calle, en sus cordones, entre los adoquines de san telmo y la tierra de González Catán.
Se sabe que lo numinoso habla a través del enigma. El idioma oracular es la naturaleza de la voz del dios. El enigma es el que sigue: Solo hay arandelas. No hay tornillos ni tuercas, solo arandelas. En los hechos, desde un punto de vista meramente utilitario los tres objetos se encuentran juntos. Puede no haber arandela entre el tornillo y la tuerca pero no puede no haber tornillo o tuerca si hay una arandela. Bueno, no están. ¿Es posible que las personas sólo levanten los otros dos objetos y no este? ¿Existe una preferencia ontológica por las tuercas y los tornillos en desmedro de esas láminas de metal con un agujero en el medio? La pregunta es absurda pero la respuesta aun así prefiere ocultarse.
El misterio tampoco es tan extremo como suena. La relación de hallazgo es de 20 arandelas por cada uno de los otros elementos encontrados en la vía pública. Es decir, por cada 20 arandelas desaparecen 19 tornillos y/o tuercas.
La arandela tiene una existencia de importancia provisoria, complementaria, de segundo orden. Su función singular es servir de divisoria y soportar una carga de apriete, es decir, atajar la presión de una fuerza de ajuste para que no afecte lo que está del otro lado. Decir que su tarea es noble sería atribuirle una cualidad que la excede. Pero si no está o no se tiene una a mano hay quienes la echan de menos.
Están tiradas en la calle como otras tantas cosas pero se me aparecen. Están donde miro. Sería un gesto de ostentación infame no levantarlas. Sería también de una necedad espiritual atribuirle a la mera coincidencia el aparecer fortuito de estos objetos en mi camino.
Los dioses tratan de decirme algo con ellas. Dar cuenta de una circularidad, de una instancia de resistencia, de una posible presión. La gramática divina se me escapa. No puede ser bueno lo que no se dice de frente y los dioses rara vez han cantado a mis oídos melodías de gozo y dicho.
Hay arandelas en mi camino. Una maquinaria secreta se desintegra a mi alrededor. Temo el momento de su desplome final.