Mientras voy a trabajar un sábado a la noche, a las puteadas y de mal humor, recuerdo que hace exactamente un tiempo, esta fecha pero de un tiempo otro, fui feliz, o casi. La memoria, se ha dicho hasta el cansancio, tiende a mejorar y a elevar gentes y situaciones pero aquella vez la cosa estuvo ahí nomás. O no. Por ahí es mejor decir que fui plenamente feliz aquella noche, como puede serlo cualquiera, a pesar de las dudas y las precariedades, a pesar de la lluvia que nos empapó, y el frío que nos cubrió y el millar de personas que querían ver lo mismo que nosotros y se apiñaban a nuestro alrededor con sus paraguas y sus niños caprichosos pasados de azúcar.
Tiempo después la felicidad de aquella noche es el buen recuerdo de un buen intento.
Ella consiguió que a la felicidad de esa noche y nuestro encuentro le sucediera una felicidad mayor, institucionalizada, con alguien mejor, acaso más elegante y mundano. A mí, el tiempo me puso en otro lado.
Dicen que el recuerdo de la dicha siempre es triste, y lo es. Pero también tiene su trasfondo alegre, el que nos recuerda que ciertas hechos no podrían haber sido mejores en ninguno de los mundos posibles y nosotros estuvimos ahí. Brindo por eso.