Ok. ¿No nos gustó el resultado? Es cierto, no nos gustó. ¿Algunos se sorprendieron? Es verdad, algunos no se la vieron venir y ocurrió frente a sus ojos. Nos enfada, nos indigna, nos alarma; nos violenta, nos angustia, nos procupa. Abrazamos a nuestros hijos con temor al futuro y a nuestros padres con la nostalgia del pasado. Besamos a nuestros amantes con el semblante del último beso, como si el fin de los tiempos se avisorara en el horizonte y las trompetas del último angel tocaran al son de las valquirias.

Pero no sobreactuemos. Ya crecimos, ya somos grandes, el reloj giró para nosotros demasiadas veces y demasiadas veces vimos pasar el calendario como para transformar una elección en la madre de todas las batallas.

Seamos sinceros ante el espejo: estamos en el escenario de resistencia que como perversos tanto deseamos. Los que vivieron los ´70 y añoraban su mística, la tuvieron. La tuvieron al final del menemismo y la tuvieron con el final de alianza, muertos incluidos. Los que nacimos en los ´80 y aprendimos en los ´90 los avatares de la resistencia tuvimos nuestra épica con el conflicto en las calles y algunos de nosotros sintieron en estos 15 años que la épica era la savia cotidiana con la que se lubricaba el mecanismo que da sentido a la vida.
Y ahora… el súmmum de la epopeya, el climax de la batalla, nuestro enemigo, la representación del mal en la tierra, el demonio embaucador que ha seducido con el mal a nuestros hermanos para llevar a nuestro pueblo a la condenación eterna y mal sana del capitalismo homicida; ese, ese mismo, está a las puertas de Gondor.

No podemos querer ser los protagonistas de la resistencia a como dé lugar, no podemos augurar nuevamente escenarios donde seamos nosotros quienes arrojamos la piedra hacia Plaza de Mayo con el humo de escenografía y el obelisco de fondo. Ese deseo de resistencia violenta es antivital. Las múltitudes han demostrado ser protagonistas también es escenarios pacíficos. La elección de ayer lo deja claro.

Chicos, chicas, es hora de crecer. Mauricio Macri representa, ciertamente, ideas y propuestas con los que no comulgaremos. Nunca, ni hoy ni mañana, nunca. Pero no es más ni menos que la representación de los intereses inmediatos de una parte importante de nuestros compatriotas que es necio invisibilizar. No fue magia que Macri y su partido hayan llegado a esta instancia de legitimidad ciudadana. Algo se ha hecho mal en el campo popular. Algo que no supo o no quiso prestar oidos a las voces de los descontentos. Y esos descontestos no fueron sólo un puñado de señoras con mucamas blandiendo sus ollas essen en Barrio Norte. Esos descontentos no fueron un montón de villeros que votaban por el pancho y la coca, ni un montón de sojeros ingratos que no podían comprarse un iphone. No podemos darnos el lujo de la simplificación. No estamos en condiciones de ostentar nuestra iluminación de progres bien pensantes porque nuestra iluminación no es la que muestra el camino para todos.

¿Por qué llamamos a la resistencia? ¿Por qué estamos cargando nuestras molotov y augurando sangre y fuego? ¿A esto se reduce nuestro respeto por la voluntad popular sea cual fuere el grado de error que concideremos que posee? ¿En eso se convirtió el amor, y la esperanza y nuestra vocación democrática para que todos expresen libremente su voluntad soberana? ¿En qué quedamos? Peleamos, pateamos la calle, nos metimos en villas de emergencia, militamos, discutimos en las oficinas e hicimos la revolución en cátedras y bares en pos de que los sujetos se emponderen en escenarios de múltiples influencias…¿Pero la culpa es de Magnetto y de Macri? ¿La culpa es de la chupa cirios de Lilita y del papa Francisco que no se copó con una visita? ¿Hay un culpable, debemos buscarlo, apuntearle con el dedo y depositar allí nuestras frustaciones por la ausencia de reino de los cielos?

Es hora de crecer. De terminar con los berrinches de nenes mal criados y empezar a pensar al mundo desde el lugar adulto que nos corresponde. La gente elije. A veces mirando un poco más allá, a veces mirando un poco más aca. Por lo general con el corazón en el voto. Por lo general pensando en cuánto hay y puede haber en sus bolsillos. Los que votamos con la ideología en la boca somos otros, menos, muchos menos. Siempre fue igual, nunca distinto. Vayamos sino a preguntarle a nuestros padres y abuelos si encontraron bajo los adoquines arena de playa.

Macri no es el problema. Ni lo son sus votantes. El problema fue que durante casi 15 años de progresismo no se supo generar respuestas estructurales que calaran en la sensibilidad de la gente de modo tal que a la hora del sufragio se pudiera reflexionar plenamente sobre él. El problema es que mientras seamos libres la gente tiene el derecho de votar a quien se le cante el quinto fondillo del orto sin importar que a nosotros nos espante, nos aterre, nos indigne su elección. Y no haremos grandes avances azuzando el miedo al pasado, augurando el fin del mundo o la pequeñez del arca que se avecina. Porque no es honesto, porque con el miedo educan los bancos y las tiranías, porque con la degradación y el «facho!» en la punta de la lengua no se educa para la libertad. Vidal no es Astiz, Macri no es Massera. Podrían ser sus precursores, es cierto, pero no lo son. Hoy no lo son.

Propongamos cosas nuevas. Digámos con qué las haremos, con quiénes contaremos, busquemos empatía, hagamos el esfuerzo de abrirnos al pensamiento y los motivos del otro, desde la mismidad. Los que votaron a Macri forman parte del nosotros. No reconocerlos es parte del problema. Por eso ganaron.