Como no siento mucho aprecio por la condición humana la cosa medioambiental no me traba el sueño. Eso sí, la mugre te la combato por una cuestión de decoro así que si masco un chicle o me fumo un pucho me guardo los restos en el bolsillo. A la larga es peor el remedio que la enfermedad porque los bolsillos del saco acaban por ser un reservorio de sustancias indecibles que van combinándose entre ellas y generando su propio medio ambiente. Eso es lo que encuentra el punga de no más de 14 años que intenta zarparme algo en el tren Roca. El vagón explota. Nos hicieron bajar de dos formaciones que por desperfectos de algún tipo no salían. Una infradotada dice que son los coletazos de Mercurio retrógrado que terminó la semana pasada pero que no se quiere ir.

Hace media hora que nos apilamos unxs sobre otrxs. El pibito está en esa esquina del vagón desde antes que yo, pero tiene la gentileza de dejarme un lugar en su rincón. Primero pensé que era respeto por sus mayores, pero a los 5 minutos, cuando sacó la mano de mí bolsillo preguntándose qué sería esa gelatina viscosa, comprobé que no, que era para ver si me choreaba algo. Cómo no tengo ni para el café lo miro y le sonrío. Me mira y se mira la mano. Sin decir ni mú se escabulle. Hace bien. Los que me rodean dicen que lo conocen y que lo tirarían a las vías. No dijeron nada cuando trataba de afanarme a mí así que su justicia vocacional son esas diatribas de macho herido que le grita a TN cuando aparecen feministas. Pura zaraza.

Cuando están por cerrarse las puertas cae la rama troskista del jardín de infantes que está a metros de la plaza, frente a la estación. Son 5, cada uno con su mamá. No queda claro si son las madres o los pibes los que se emperran por subir, pero toman envión y se mandan. Los pibitos sorprenden por su habilidad para imitar las estrategias adultas. Patean, dan codazos, escupen; uno, de no más de 4 o 5, grita como desaforado

– A veeeeerrrrr moviéndose que atrás hay lugar.

La monada se ríe salvo los que ligan patadas en las canillas. La madre de uno se disculpa, pero a las otras les importa un carajo. 3 consiguen asiento, la primera que lo logra es la madre del que se puso a gritar que como es chiquito tiene derecho a viajar sentado porque lo dice la constitución y la señorita Andrea, que es la directora. Dos pibitos se quedan sin asiento porque no le tememos a la señorita Andrea que seguro es de esas progres feminazis abortistas que se rapan la cabeza y en lugar del himno nacional tocado por los militares usa el de Charly García. Los pibitos lloriquean, pero no nos conmueven. A mí, porque voy parado, a los que van sentados, porque seguro curten el mambo jurídico del juececillo ese, Rosenkrantz, que dice que una necesidad no hace derechos.

Tengo la mala leche de que uno se me para al lado y usa mí pierna para no caerse porque la pared del vagón es licita y sin apoyos. La madre twittea. Lo veo venir. El pendejo va a querer darme charla. Tengo un no sé qué que les llama la atención. Una de mis ex decía que yo “vibraba bajo” y por eso los proyectos a mí alrededor se caían. Queda claro que se equivocaba fiero porque los proyectos de seres humanos a mí alrededor, como esté, siempre me agarran para ensayar sus discursos sobre el mundo.

-Hola, me llamo Edu. -Dice y me mira. La madre, bien, gracias.

-Hola, Edu – Le contesto.

– ¿Por qué tenés dos barbijos? -Pregunta.

Me da cierta cosa que me tutee. A mí me daban alta zaranda si trataba de vos a mis mayores, pero hace una parva de años que eso no se estila. Tampoco hice el esfuerzo por acostumbrarme. Éste, lo más choto, me trata de igual a igual como si nos conociéramos de toda la vida.

-Uso dos porque hay mucha gente y me cubren mejor la cara. Le contesto.

-Yo lo uso en el jardín- me dice -afuera no. Mamá dice que a los nenes lindos como yo no les agarra el bichito. ¿No, má?

-Si, sí. -Contesta la madre sin despegar los ojos del teléfono. Raro. Tu pibe, que todavía no se limpia el culo solo, entabla conversación con un extraño en un tren repleto y vos no prestás atención…o la tenés muy clara o te querés deshacer del guacho. Debe ser un conchudito importante, seguro, seguro, de esos que eligen la pilcha que van a usar y la comida que van a comer.

– Bueno, vamos a decir entonces, que uso dos porque como soy un nene feo capaz que el bichito me pica y me enfermo.

-No te pongas triste, la seño dice que no hay nenes feos, ni nenas feas. Que todos somos lindos – dice y me acaricia la mano. No me lo esperaba. No sé qué hacer. La madre, imagino que, sin quererlo, me tira una soga.

– ¡Edu! No molestes al señor.

– ¿Te llamás señor?

– ¡Edu! le grita la madre

-No, me llamo Gustavo.

-Ahhhhhh, dice y se queda como esperando que le dé charla. No tengo la más remota idea de qué hablar con alguien de su edad. Cuando estamos por llegar a la estación Sarandí, se acomodan y al bajar me dice

-Chau, Gillermo.

-Gustavo- Lo corrijo, pero no le importa.

-Acordate que no hay nenes feos – Agrega mientras agita la mano. La madre me mira de reojo y se sonríe.

Hijo de puta, va a llegar a presidente.