San Telmo. En un época, tierra de cullireros. Hoy, solar pintoresco para hostels de turistas del primer mundo que buscan esparcimiento cómodo y barato en una zona donde el metro cuadrado vale lo que el riñón de una top model. Lindo, mugroso, ni tan alejado del centro y a pasitos de Puerto Madero donde se puede ir beber con glamour y de la villa Rodrigo Bueno, donde se puede comprar una falopa de cuarta.

Voy pateando hasta Constitución para ahorrarme la fortuna que sale el bondi y para bajar la panza producto de una vida sedentaria y sin mucho brillo frente a una computadora. A la altura de la plazoleta Vera Peñalosa, sobre avenida San juan, me llega el humo de los porros aptos para todo consumo que la monada se prende sin disimulo y con algarabía frente al supermercado chino del barrio. Es de noche y la luz amarilleta de los faroles contrasta con la sombra de los árboles.

Cuando estoy en la esquina los veo. Una rubia preciosa, de dos metros, casi albina. Junto a ella un negro brillante, de pelo mota que le lleva casi una cabeza y parece un luchador de vale todo. Van conversando en un idioma que no adivino. Los tengo a menos de dos metros. De pronto, un grito, potente, desesperado. Un “Espera”. Todos los que andamos por ahí nos damos vuelta. La rubia y el negro incluidos. Lo veo. Otro negro, también brillante. Aprovecha el semaforo en rojo y corre por la avenida media cuadra en contramano. En un tiro pienso que le zarparon el celular pero nadie más corre. Viene hasta donde estamos, transpirado. Está nervioso. Se para al llegar a la rubia y su compañero. Está agitado pero aun así parece dispuesto a correr de aquí hasta los pilares de la creación. Lleva una camisa de colores abierta y unas bermudas. Le miro los pies. Anda en ojotas. No espera a recuperar el aire. Frente a ellos se acomoda la camisa y dice algo así como: “Eu te amo e quer envelhecer perto de vocé” o algo así. Es un momento tenso, como de telenovela barata de Miami. A la rubia le brillan unos ojos que de tan azules parecen el mar de las revistas de viaje. El negro brillante está paralizado. Sin mediar más palabras los dos pibes se abrazan y se clavan un beso que rosa al mismo tiempo lo pornográfico y lo sacrosanto. La rubia lagrimea. Me mira y sonríe. Es mi momento. Me le acerco y le digo que es un momento tierno, como para darle charla. La rubia me contesta en un inglés ripioso “I´m swedish. You speak german?”
Mierda- pienso- pongo un circo y me crecen los enanos.