Constitución. Frío destemplado. Agresivo, húmedo. Poca gente en la calle. Camino ligero. Está oscuro. Las chicas trans semidesnudas que necesitan parar la olla de hoy y todos los días me piropean el tiempo que tardo en recorrer la cuadra. Soy el único que pasa. Me dicen rubio, me dicen lindo, presuponen a los gritos que mi miembro es descomunal. Por un segundo me siento halagado. Después me doy cuenta que quieren comer caliente.
El ego es un ludópata irresponsable. Aun con la propuesta más elemental despliega su baraja. El ego es una trampa. Incluso las sirenas menos agraciadas se lo saben de memoria; porque en la viña del señor hay de todo, en especial, gente que coge por plata. Por ahí hay quien lo hace porque le gusta, porque sabe que tiene el don. La mayoría corre la coneja. También están los que les gusta pagar. A esos es más complicado sacarles la ficha porque nunca se sabe si lo que les calienta es ponerla o dar las órdenes que de otro modo no podrían dar.
Oferta y demanda. Si tenés el billete, el producto está a la venta. Suena fulero, y lo es, pero no deja de pasar por eso. Cuando vivís del lado pobre de la vida se lo ve seguido. No hay que irse lejos, sobre Bacacay, en Flores, o En Salta y Brasil, en Constitución, por no nombrar Tribunales o Recoleta, donde cambia la tarifa pero no el reviente. Peor es en provincia donde quienes cobran y quienes pagan tienen miedo de morir amasijados pero se aguantan el cagazo porque la vida es como es y es mejor chuparla entre los yuyos a que te agarre el patrullero sin la cuota para el comisario.
En el fondo es simple. Aumenta el pan, sube el bondi, el dolar, el precio del diclofenac y la esquina se llena de caras nuevas. O de viejas caras que se habían ido y ahora vuelven porque el negocio nunca deja de tener sus seguidores. Adolescentes, madres de familia numerosa, señoras más cerca de la jubilación que de la proeza sexual gerenciada. Trans que no pegan un laburo en blanco ni de casualidad. Pibes que ya no saben cómo sostener los vicios; gente a la que cagan a palos para prostituirse y gente curiosa que abre las piernas porque sí, porque tenía la fantasía y el mambo les cabe.
Pienso en eso mientras veo a un tipo con cara de cansado pegando con plasticola cartelitos de oferta sexual en los semáforos de Corrientes. Una vieja lo sigue a media cuadra de distancia y se los va despegando mientras mastica palabras entre dientes. El tipo para, la vieja para. Flasheo que le van a dar un facazo en cualquier momento. El tipo la mira de reojo y se ríe. Se da cuenta que sigo la secuencia.
-Atrás mío hay otros tres pegando lo mismo- Me cuenta- yo hago punta para que se canse. En media tenemos todo Congreso listo. Es laburo. En estos tiempos no es poco.
No sé qué decirle. Me deja un par. Guiña un ojo.
-Por las dudas- dice.