Son las 8 y media de la noche. La autopista está cortada a la altura del bajo flores. La monada tiene calor, le cortaron la luz y está enojada. El bondi da 300 vueltas por los barrios aledaños tratando de pegar una salida. El chofer, poco dado a los detalles, hace cajeta mal un auto en una esquina. Mal, mal. Tanto los pasajeros como los que están abajo le avisan pero le chupa un huevo. No para. Sigue pisteando. El del auto nos sigue como enajenado tocando bocina durante 50 cuadras. Quiere que el chofer pare para tomarle los datos pero la gente del bondi le insiste que no, que no pare, que el del auto se cague, que quieren llegar a casa y tienen calor. La monada saca el balero por la ventanilla y amenaza de muerte al del auto. Uno, incluso, le muestra al del auto una faca de carnicero tan larga como mi brazo.
Algunas mujeres tienen miedo que el del auto ande calzado y empiece a los tiros con el bondi. No sería la primera vez. Comparto algo de ese temor.
En un momento dejamos atrás al del auto, que ya no insiste en la persecución. De pronto, frenazo. Un nene de unos 5 años cruza la calle sin mirar porque se le fue la pelota. No lo matamos porque la desgracia estaba cagada de calor fumandose un porro en la esquina. Con la frenada una flaca y una vieja salen disparadas de atrás hacia adelante y caen sobre un borrachín que va sentado en un escalón. Le tiran la botella de gaseosa repleta de cerveza caliente que se esparse por todo el pasillo. El tipo se queja y el olor amargo lo invade todo. Alguien comenta que seguro era artesanal pero el borrachín no está en condiciones de sacarnos la duda. Adentro del bondi somos 40 y podría cocinarse un pollo con papas.
Todos los barrios por los que pasamos están a oscuras. Cuadras y cuadras que son la boca del lobo. En algún momento seguíamos una caravana de coches pero el chofer confió en los consejos de un viejo que se pensaba baqueano, tomó un desvío y la pifió. Estamos en algún lugar entre capital y provincia. Cuando se cansa de dar vueltas para el bondi y dice -me perdí- hay un “uhhhhhhhhhh” generalizado. Una nenita se pone a llorar porque dice que el hombre malo del coche nos va a encontrar. Un gordo, negro, con una campera, sí, con una campera de deportivo Laferrere se acerca donde está la nenita y le da un chupetín. La madre lo mira con desconfianza. El gordo le dice a la nena con voz dulce -Mientras esté el tío Ricky, ningún hombre malo sube, linda-. La nena le acepta el chupetín muy probablemente porque está cagada de miedo del hombre malo y del gordo mismo, que chorrea sudor de una manera escandalosa.
Un jipi andrajoso que lleva una guitarra ameniza la partida con canciones de Ataque77. Todos cantamos el estribillo que dice “dame tu droga”. El jipi siente que sus 15 minutos de fama warholiana son ahora y da el concierto de su vida.
El chofer se guía con el GPS de un teléfono pero nos pide a todos que dejemos de gritar porque no escucha a la gallega que le habla. Algunos se llaman a silencio, incluso el jipi. Nos metemos en el orto la indignación, el calor y el fastidio.
A las pocas cuadras vemos luces a lo lejos. Un par del fondo aplauden.
Todavía me falta otro bondi más.