Tengo hambre, sueño, frío y, en la fila del bondi, hay dos borrachos despreciables que no paran de gritar pelotudeces como los parásitos mal nacidos que son.
Como a los cincuenta minutos cae. Tiene el cartel apagado. Arriba está completamente a oscuras. El chofer nos dice a todos que tiene mal “la fusilera”, que nos para de onda porque no quiere que nos comamos el garrón. Dice que tiene complicada la luz de giro así que alguno va a tener que sacar los brazos por la ventanilla en Ciudad Evita. La gente lo pelotudea igual. Arranca. Me pongo los auriculares para no escuchar a la basura beoda. Me siento.
Uno que va parado contra la ventanilla empieza a mirar sin disimulo cuando el colectivo frena delante de un hotel que tiene en la puerta dos chicas trans. Una, al parecer, no está en condiciones de seguir mucho tiempo más con vida. La otra está recontra buena para los standares de la zona. Debe medir 1,90 y venir de algún lugar calido porque la luz rebota en su piel cobriza, aún con maquillaje y todo. El tipo empieza a gritar, desencajado que esa es la que le afanó el aguinaldo. Le grita al chofer que le abra la puerta. El chofer ni siquiera se digna a mirarlo por el retrovisor. Abre. El tipo salta. Debe tener unos 50 mal llevados. No lleva bolso ni mochila. Cuando da el primer paso deja en evidencia que su estado no es el adecuado para prácticamente ninguna actividad humana aparte de dormir la mona y vomitar. Cruza raudo. Le grita “puto chorro”. La chica trans medio muerta sale corriendo. La linda se queda. Cuando lo tiene al tipo a tiro, la flaca le da un uppercut que ni George Foreman, ni Monzón hubiesen podido realizar con tanta elegancia. El tipo se desploma en el lugar al instante. La flaca se acomoda la cartera de cuero blanco y se corre unos metros.
El bondi arranca.