Línea 86, semirrápido por ruta 3. Me subo en Diagonal sur. Todos los asientos piolas ocupados. Previendo la subida de embarazadas, viejos y discapacitados me voy para el fondo, a un asiento de los de atrás de todo, junto al asiento del boludo, ese que está justo justo en el medio y que si frena de golpe salís disparado hacia adelante porque no tenés de dónde agarrarte. Por supuesto que, a diferencia de otras líneas más recoletas como el 12 o el 141, el 86 no tiene aire, así que sentarse donde lo hago es soportar el calor abrazador del motor contra la espalda.
Al principio no es un problema, pero cuando despierto en ciudad Evita chorreando transpiración ya no es tan irrelevante. Tengo los calzoncillos pegados a las pelotas cual film de cocina alrededor del tupper con vitel toné que sobró de noche buena. Los sobacos de la camisa, ni hablar, un asco pestilente. Tardo en verificar mi estado, el sopor me nubla el juicio. Cuando se me acomodan los patitos descubro que me babié sobre la mochila y que dormí y ronqué como un salvaje porque unos pibitos que van parados me miran de reojo y se ríen. A mi lado, junto a la ventanilla, va una petisita con un vestido rosa que deja poco a la imaginación en la parte de las piernas. Tiene la cabeza apoyada en mi ombro, también se babeó y transpiró a lo perra así que tengo una aureola húmeda en mi camisa con algunos de sus fluidos corporales. La dejo dormir porque no pesa nada y porque no tengo intenciones de mover el brazo izquierdo.
Cuando llegamos a Laferrere hago un movimiento mínimo por las dudas que se tenga que bajar ahí. Dicho y hecho, se despierta sobresaltada y se baja a las apuradas. Ya en el andén, mientras se acomoda la ropa y se seca la baba, le cae la ficha que si no fuera por mí sigue de viaje hasta el km.32. Me mira, espero un gesto de gratitud, un beso a lo lejos, un grito con su número de teléfono, su email, su usuario de Twitter, su Facebook, su snapchat o algo. Nada de eso. Veo en su mirada que reconoce en mi aspecto al monstruo de la laguna negra. Elige ignorarme.
Claramente es obra de papá Noél. Debería haberme portado mejor la última década, la puta madre.