Tren Roca mano a capital. Pego asiento al lado de un trajeado que lleva un ramo de rosas rojas que debe valer un potosí. En alguna estación entre Bernal y Sarandí sube un chabón con una especie de changuito tuneado. Lleva un parlantito chico, pero pulenta, con lucecitas de colores. Entra al vagón al grito de
-Vamos a romperla, chiques.- Y empieza a cantar como si estuviese solo en la ducha de una casa en mitad del desierto de Negev.
El tipo tiene una facha de neurodiverso que da calambre. Pirado, loquito, cucú le decíamos antes pero, como dice el dicho, hablar bien no cuesta un carajo y es un beneficio de la gran puta. Usa barba, larga, desalineada. Se la ve mugrosa. La pilcha no está mucho mejor que él. Demasiado abrigada para el día. Se nota cuando el tipo pasa junto a uno. Va dejando una estela de olor a chivo complicada de digerir. Debe andar por los cuarentilargos. Lo acompaña una flaca con un look tipo Sadako Yamamura, el fantasma mal llevado de la película Ringu. Vestido blanco y largo mitad casa de sepelios mitad santo sudario. Te la cruzás a la noche en la estación de Moreno y con tal que dios te tire una soga te arrepentís hasta del mejor polvo de tu vida. Por suerte hay dos policías en el vagón pero van leyendo el Olé. Pensé que habían cerrado ese antro pero parece que no.
El neurodiverso empieza a hacer palmas y, como a pesar de todo, es entrador y simpático, la monada lo acompaña. Incluso Sadako hace un movimiento con las manos que no es ni de palmas ni aplauso pero que se le parece. Arranca igual pero lo abandona a la mitad y vuelve a empezar. No dice media palabra. Tiene la cara escondida detrás de un pelo renegrido que le llega a la cintura.
El tipo empieza a cantar. La música sale del parlantito y él le canta encima. No conozco la canción. Me pasa seguido. En algún momento de los últimos años me descubrí escuchando Aspen Classic y radio Belgrano, con canas en el pelo, problemas lumbares y un médico clínico que insiste en hacerme un estudio de próstata así que es más que esperable que no pueda diferenciar a Tini de Lali, a Cazzu de Nicki, y a Nathy de María. Una ex me acusaba de viejo por leer aún libros en papel y al final me terminó cambiando por un pelado. In your face, head & shoulders!
Neurodiverso y Sadako son el dúo musical más improbable del universo. Tienen menos química que Cristina y Alberto pero a diferencia de aquellos dos forros, estos le ponen onda. Tal vez es esa voluntad la que convence al público porque, en un momento, antes de llegar a Constitución, Sadako empieza a pasar una bolsita a modo de gorra y la veintena de pasajeros del vagón le da algo. Yo incluido. Cuando se acerca con la bolsita veo que en la muñeca tiene una pulserita amarilla de esas de hospital. Ahora caigo, la pilcha que usa es mitad vestido y mitad ambo. De hecho, usa esas chatitas descartables que te dan antes de entrar al quirófano. Por un segundo pienso en advertirle a los policías que quizás la piba debería estar internada y no pelotudeando con nosotros en el Roca pero me disuado cuando los escucho admirando en malos términos el ojete de una voleibolista que aparece en el diario.
Cuando anuncian la estación terminal Neurodiverso dice que en agradecimiento a la atención que le prestamos y a lo generosos que fuimos va a cantar una que sepamos todos. A los gritos entona “Déjame intentar” de Carlos Mata. No afina un solo acorde pero hasta Sadako da saltitos de entusiasmo. Los policías tararean. El trajeado de las flores que tengo sentado al lado me dice henchido de emoción
-El primer lento que bailé con mi señora.
Todos bajamos cantando.