Conmemoraciones

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Mientras voy a trabajar un sábado a la noche, a las puteadas y de mal humor, recuerdo que hace exactamente un tiempo, esta fecha pero de un tiempo otro, fui feliz, o casi. La memoria, se ha dicho hasta el cansancio, tiende a mejorar y a elevar gentes y situaciones pero aquella vez la cosa estuvo ahí nomás. O no. Por ahí es mejor decir que fui plenamente feliz aquella noche, como puede serlo cualquiera, a pesar de las dudas y las precariedades, a pesar de la lluvia que nos empapó, y el frío que nos cubrió y el millar de personas que querían ver lo mismo que nosotros y se apiñaban a nuestro alrededor con sus paraguas y sus niños caprichosos pasados de azúcar.

Escritura

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Procastino la escritura porque lo que leo cuando escribo son fantasmas y espacios vacíos repletos de presencias.

Hago otras cosas. Me excuso ante el espejo con aquello del trabajo, con aquello de que hay que cortar el pasto, bañar al perro, aspirar debajo de la alfombra. Me miento con la música al máximo volumen para que ni una coma me traiga a los oídos una voz de mujer, el ruido de un timbre, el ringtone de un teléfono perdido.

Tu noche y la mía

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Hace unos días entrevisté a un Antropólogo para Andén. El tipo hablaba sobre mitos. Contaba que el mito había caído en desgracia con la irrupción de la escritura que permitía revisar el pensamiento, volver a él. En ningún momento lo dice pero el pensamiento mítico estaba vinculado, como lo están los siameses, con los poetas y rapsodas que memorizaban largos pasajes e iban de lugar en lugar llevando su arte que era, a un mismo tiempo, un poco de arte, un poco de religión, un poco de información y filosofía. Los poetas decían que a través de ellos hablaban los dioses. Katogeos, era la palabra para designar el toque del dios. La divinidad los tocaba y ellos eran, por un lapso de tiempo, la voz del dios encarnada. Borges diría, milenios después, que la poesía era superior a la música porque la incluía. Platón los odiaba, a los poetas, porque representaban una forma primitiva de educación. Como si hiciera falta la rima para ayudar a la memoria a recordar las lecciones. Algo de eso hay. Los pibes aprenden en el jardín o en los primeros años del nivel inicial canciones con pretensiones pedagógicas. Cientos de dibujitos animados pueden dar cuenta de eso.

Derivas mentales cuando el colectivo tarda 40 minutos en aparecer

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Ayer hizo un año que defendí mi tesis y me recibí en una universidad pública después de 20 años de haber terminado el secundario. Pasaron cosas, pasó la vida. Estuvo dificil. En algún momento pensé en agradecer, pensé en hablar de las virtudes de la educación popular. Pensé en hablar de todxs lxs que me ayudaron y facilitaron el camino para ese logro y todo eso. Probablemente en algún momento lo haga. Pero quiero recordar otra cosa. Cuando arranqué el CBC en Merlo en el 2000 tenía un profesor de introducción a la psicología que hablaba, en aquel entonces, de la depresión post título. Por alguna razón el chabón tenía ese mambo y lo compartía con gente que recién arrancaba. Decía que luego de eso venía un tiempo de bajón, que había algo del orden del sentido que desaparecía y que, hasta que uno se las ingeniaba para encontrarse otro, la cosa se ponía rara. Un año después le doy la derecha. Después de ese esfuerzo y esa alegría lo que vino fue, casi casi, el bajón mismo. Y se le sumó la vida tal cual es. Las pocas salidas laborales de un título vinculado a los medios sociales, un trabajo que nada que ver, un país horrible que siempre se va al carajo, ausencias varías, boleteos afectivos, la edad, el primer millón que tarda en concretarse. Nada que no sepamos de la vida.

ensoñaciones de viaje

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Y entonces ella camina hacia mí como si no fuera un sueño. El pasillo es largo, gris. La pintura descascarada se entrecruza con la maraña de cables colgando y las hojas de los potus que salen por las ventanas de los vecinos del piso de arriba. Lleva un vestido corto de tela fina, de colores. Diría que floreado pero sus formas cambian como un rorschach en movimiento. Es pequeña. Lleva el pelo hasta los hombros. Sus labios son rojos, fulminantes de rush. Ríe. Sus dientes son blancos. Si se le presta atención tiene pecas. Tiene un escote generoso que sugiere unos pechos pequeños. La voz aguda. Es de noche. Hace calor. Camina altiva, sabiendo que es su campo de juego, que ella es la que manda.

Maestrxs

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No puedo jactarme de grandes cosas. No tengo logros significativos. No hice fortuna. No tengo un laburo que me realice como persona. No viajé por las costas lejanas del mundo, ni conocí a grandes personalidades. Nada de eso me pesa mucho que digamos. Lo único de lo que puedo jactarme con orgullo y cierta superioridad moral es de haber leído. Ni siquiera de haber escrito porque, vamos, los que me conocen lo saben, soy un escritor medio pelo. Pero eso sí, soy un lector profesional. Por ahí no un lector actualizado, atento a las novedades. Pero sí un tipo que antes de terminar el secundario había leído mucho, mucho más que la mayoría de sus profesores.

Postales de Luismi

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Hace muchos, muchos años, antes de los celulares, Spotify y el kirchnerismo de Nestor y Alberto fui Dj. Bueno, lo que se Dj, Dj, no. El Dj era mi tío. Yo era plomo. No plomo de denso y aburrido, que también lo era, sino plomo como los plomos de las bandas. Cargaba bafles, parlantes, luces, cables. Armaba y desarmaba. Cada tanto me dejaban pasar unos temas pero no hubo caso, nunca prendí. Lo hacía porque no tenía un mango y me pagaban. En los 90 eso era la gloria.

Mochi

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No era amigo de Mochi, era de otro curso. En realidad se llamaba Alejandro Villegas pero no creo que nadie lo recuerde así. Solo Mochi. Era su marca. No me caía muy bien. Era amigo de mi amigo, David. Había repetido una o dos veces, me parece. Tenía, pues, más o menos nuestra edad. Petiso, retacón. Era desenvuelto, medio fulero pero entrador. Tenía una voz nasal y una colita en el pelo que le quedaba como el orto pero en esa época era un imán para las chicas.

bucle

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Hace muchos, muchísimos años, cuando tenía fe en lo transmundano y lo militaba, algunos de los hermanos de la comunidad de La Salle solían decir que, así como uno pensaba fuerte en la persona que le gustaba, tenía que pensar en Dios. Era una suerte de práctica mística, como el OM de las religiones dhármicas, pero en silencio. Los judios, por ejemplo, se mueven rítmicamente al rezar, ya que el alma es una candela de dios como se sugiere en el libro de los Proverbios. Ese movimiento, como el de una llama, reconcentra el pensamiento según ellos. También lo hacen los Sufíes, una rama mística del Islam, quienes bailan dándo vueltas hasta el trance.

Charly

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Una compañera de trabajo entra en la oficina para despedirse. Cuando se está por ir, por alguna razón nos ponemos a divagar sobre el sentido de la existencia. Ella dice que los que lo tienen se mienten, que no lo hay, que lo que tienen es un sentido autoimpuesto. Está a un paso de decir que el sentido de la existencia es un constructo pero como es una científica especializada en áreas recontra duras no lo hace porque mientras 2+2 sea 4 supongo que para ella el universo sigue funcionando. Acuerdo con eso del constructo pero no puedo evitar sentir una profunda envidia por los que se mienten de tal manera que ven verdad e iluminación allí donde a mi juicio no hay sino vacío, niebla, incertidumbre.

¿Quién?

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¿Quién te va a llamar si todos llevan una sonrisa en su cara? ¿Quién te va a llamar si hasta el canto libre de los barriletes te tiñe la mirada de agua? ¿Quién recordará tu nombre para celebrar el vino y se dolerá de tu ausencia cuando ya no ocupes lugar alguno en mesa alguna? ¿Quién leerá lo que escribiste y mirará lo que pintaste y pensará en lo que pensaste cuando al fin logres el cometido de tus actos y te vuelvas mudo, piedra, tierra y circunstancia?

Rareza

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Supongo que a la mayoría nos sorprenden esas amistades que se sostienen a pesar del tiempo y la distancia. Las aplaudimos y las celebramos. Amigxs a lxs que vemos muy muy de vez en cuando y de los que tenemos pocas noticias, incluso en estos tiempos de redes e instantaneidad, y que sin embargo, al reencontrarlos, parece como si la distancia y el tiempo no las hubiesen mellado. Pasa también con ciertos amores profundamente pasionales, o aquellos gentilmente calmos. Perdemos el contacto y al retomarlo la pasión o la calma están ahí como característica inalienable de ese vínculo. Es raro, rarísimo ese fenómeno. No nos pasa muy seguido y probablemente en el transcurso de toda una vida pase dos, a lo sumo tres veces. Hay a quienes no les pasará nunca.

la gente cree cualquier cosa

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Desde hace unos años me tomo el trabajo de contar lo que veo en mis viajes diarios, en tren, en bondi, subte. Al menos lo más curioso,o lo triste, o lo extraño. No busco espejar la realidad. Tampoco podría. Le tiro un poco de belleza para hacerlo más ameno pero lo básico ocurre y ya. Nunca hay que olvidar el dogma primero del periodismo lanatista: que la verdad no te prive de una buena historia.

La inutilidad de la palabra

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Desde hace un tiempo me ronda la sospecha que el ejercicio de la palabra es un acto inútil. Sospecha complicada para alguien que -con sus bemoles- se dedica a la comunicación y sus orillas (sobre todo sus orillas).

Es una sospecha pesimista. Es una duda oscura porque atenta contra la idea de cambio posible, contra la esperanza. Pero es una duda que una vez que muerde no suelta porque la realidad -ese constructo -esta ahí, para demostrar que nada de lo que decimos hace que la dinámica de las cosas sea distinta. Cambia lo que tiene que cambiar a fuerza de martillo, de golpe, de cuerpo pero no de palabras.

Exilio II

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Denise Risnik es científica. Posta, de las de laboratorio. Explicar puntualmente lo que hace y estudia sin ser del palo exigiría al menos un cuatrimestre repasando todo lo que sabemos de química y biología; y solo nos acercaríamos a lo que hace a través de metáforas, como si fueramos todxs un poco tarados. Vamos a decir que estudia un cáncer que solo afecta a los niños, o algo así. Algo super útil, tremendamente humano, algo que evitaría que la gente sufra. Pero Denise se tiene que ir a hacer lo que hace a la universidad de Pittsburgh porque acá lo que hace no tiene salida laboral en el sector privado y al Estado Argentino no le importa porque está enfrascado en dilapidar los recursos humanos que tanto le costó formar. Tan sencillo como eso.

Pobre

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Me di cuenta que era pobre cuando entré a la universidad. Siempre pensé que era un privilegiado porque, a diferencia de gente con la que trataba, comía todos los días. Incluso cuando laburaba por dos mangos en el aeropuerto de Ezeiza lo seguía pensando. Pero cuando arranqué la vida universitaria me cayó la ficha. Cursaba de mañana. Me acostaba a la una de la madrugada cuando llegaba del trabajo. Me levantaba a las cinco y media. Llegaba destruido a clases y lxs chicxs estaban a pleno de noches de joda o perfectamente pulcros. Total, se clavaban luego una siestonga. Ni hablar cuando fui alumno en la universidad de Morón y ni hablar cuando cursé filosofía en la UBA. Ahí me codié con la aristocracia más patricia del país. Gentes que podían dedicar su vida entera a la lectura de los autores más complejos. Y si tenían dudas iban y se pagaban un curso de alemán y si seguían teniéndolas iban y contrataban al último alumno vivo de Kant para que les explicará. Iban a clase con todo leído dos veces. Yo cursé 4 veces la misma materia y me sigo preguntando por qué hay infinitos más largos que otros. Ellxs tomaban café en Sócrates, el bar coqueto de Pedro Goyena y Puán. Yo le compraba café radiactivo a una viejita en el segundo piso de la facultad.

Zona

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La noción de zona de confort es de una enorme injusticia. La usan quienes exigen un cambio de lxs otrxs pero rara vez la usan contra sí mismxs. Quienes desean un cambio, quienes gustan mudar de piel, de rutinas e identidades, solo cambian, sin teorías.

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La zona de confort, como idea, pretende atacar al hábito, a la rutina, a la costumbre. No justisprecia como es debido la importancia de éstas cosas. El hábito, la rutina y la costumbre son hitos, operan como indicadores de la regularidad que desborda la vida social. Es cierto que en el mundo postindustrial de occidente la rutina es asfixiante, aburrida en su vorágine. Pero incluso el pobre diablo que vive en Centinel del Norte tiene sus propias rutinas y hábitos y costumbres. Si no las tuviésemos moriríamos. Somos animales de costumbres. Lo sabe cualquiera que haya leído el capítulo 21 de El Principito, ese en el que el zorro le explica a ese torpe aristócrata intergaláctico con aspiraciones hippies, que unx es responsable por las rutinas y costumbres que genera, le gusten o no.

Nenita II

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Subo al Roca. Me duermo. Tengo un sueño. Misma nenita del sueño de hace unas semanas. Escenario: La casa de una ex que no es exactamente ex porque no llegamos a ser algo con nombre identificable pero que ahora es ex porque la vida es como es. Así que para simplicar le digo ex? Bueno, la misma nenita, la misma casa. Mi ex? No está o no aparece, no sé. De última menos mal porque siento que si estuviera me cagaría a pedos. No ella sino su yo de mis sueños.

Nenita

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Secuencia de fiebre alta. Duermo como el culo. Sueño cosas. En realidad sueño varias cosas pero solo recuerdo secuencias con una ex. ¿ex? Bueno, ex, lo que se dice ex, no. Ex, es, pero no ex novia. Hubiese estado bueno pero la vida es como es. La cosa es que mientras vuelo de fiebre sueño que estoy en su casa. En su baño. Estoy duchando a una nenita de unos dos o tres años que no se deja lavar la cabeza y no para de gritar y reírse.