Caballo I

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A la vuelta de mi casa, frente a la casa de un vecino, hay un caballo muerto. Dos gatos trataban de hincarle los ojos.
En el colectivo, a unos pocos asientos de distancia hay un tipo viejo, con la cara derruida, que cada vez que tose llena el ambiente de olor a vino vomitado.
Voy sentado.
Eso es la vida. En la tele dicen que puede ser mejor.

Vieja

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Ferrocarril Roca. Servicios interrumpidos porque un grupo de gente en la estación Don Bosco quiere comer, tener laburo o algo así. El vagón estalla. Incluso cuando los altoparlantes anuncian que sale otro servicio dos andenes más allá y parte de la gente migra, incluso así, a medio vaciar, el vagón estalla. Sube una vieja. Apoya en sus 30 cm personales una bolsa de pan, de las arpilleras de colores de otra época, las que se pusieron de moda en Palermo sensible y te la cobran una luca porque es de diseño. La vieja empuja a todos los que la rodeamos para poder agacharse y sacar algo de la bolsa. La veo venir.

Nenito

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Salta y Brasil. Hay un puesto de diario justo en la esquina. Frente al banco y al local de patys al paso. Justo en la puerta de un negocio que vende zapatillas que es de uno de esos boxeadores que quedaron medio turulos por los golpes. Ahí, hace como diez años vi por primera vez como apuñalaban a un tipo. Dos flacos con pinta de venir de una de las bailantas de la zona encararon a otro que hacía esquina y con un cuchillito de mesa lo cocieron sin mediar palabra. Gratis. Porque sí. Al menos eso parecía.

Bajos fondos

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Me tomé dos cervezas con uno de los colaboradores de Andén, el periódico con el que aspiro a la inmortalidad. El pibe vive en Japón y está de visita así que valía la pena el esfuerzo de caminar dos cuadras. Cuando salimos sufro una iluminación recurrente: La edad hace estragos. Estoy herido en mi sobriedad, es decir, estoy bastante en pedo. Dato: Tengo que preguntarle a uno que pasa para qué lado está Constitución. -Para allá- me dice. Y encaro. Es un acto de fe. Podría haberme indicado cualquier punto geográfico y no lo hubiese notado.

Asiento tramposo

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Subo. Hay un solo asiento libre. Los dioses me aman. Apoyo la espalda y lo advierto. Nada de lo que los dioses dan es grato. Junto a mí va un borracho. Exuda vino rancio. Tiene pinta de viejo bastante baqueta. Habla solo. Dice que es policía. Dice que se baña con jabón de judíos. Dice que mataba negros, putos y pobres. Dice que sabe que habla solo pero que no le importa porque Jesús es justo y sabe que dice la verdad. Lo mismo que el potro Rodrigo que se le aparece en sueños y le dicta el camino. En la campera tiene el escudito de Belgrano de Córdoba. No tiene acento de venir de aquellos lares. Dice que cada tanto fuma marihuana con su mujer y su nieta a la que siempre que va a cenar a su casa le enseña que tenga cuidado con los travestis. Dice “los”. Dice que vive desde los 15 en Kathan city y que es un cachivache de lugar como la cancha de Chicago y los monoblocks de La Tablada.

Perón

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Salgo del laburo. Con la cosa del metrobus se colgaron con unos cuantos foquitos. Paseo Colón está a oscuras. Si no te afanan te vas al carajo en algún desnivel. Pienso que me voy a encontrar con algún contingente de niños que aprovechó el miércoles de vacaciones de invierno para verse una peli a mitad de precio. La pifio. En vez de pibes me encuentro con la marcha de la CGT. Claro, es 26 de julio, el día en que Eva estiró la pata. Como un boludo amanecí celebrando el asalto al cuartel de Moncada pero ninguno de mis conocidos se acordó. La calle está repleta de bondis y militantes sindicales. Algunos aprovechan que está sucia la explanada de la facultad de ingeniería y vacían las tripas ahí mismo, sobre los huevos podridos y el vinagre que dejaron los amigos de alguno que se recibió. Reconozco el valor que hay que tener para cagar en público y al aire libre una noche como la de hoy.

Ego y consti

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Constitución. Frío destemplado. Agresivo, húmedo. Poca gente en la calle. Camino ligero. Está oscuro. Las chicas trans que corren la coneja semidesnudas me piropean el tiempo que tardo en recorrer la cuadra. Soy el único que pasa. Me dicen rubio, me dicen lindo, presuponen a los gritos que mi miembro es descomunal. Por un momento me levantan el ego. Después me doy cuenta que quieren comer caliente.

Indignidad

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No hay nada más infame que un colectivero; nada más indigno, nada más pútrido y vil. No hay en el universo criatura en la que se manifieste la ausencia de dios como en esa figura en la que la maldad pura y destilada del género humano se sustancie con mayor patetismo. Cuando un ser humano elige para ganarse el pan ese oficio miserable, el horizonte de un mundo mejor entra en llamas, arde hasta morir y sus cenizas son esparcidas sobre un basurero.

Reggaetón lento

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El chofer escucha música en su celular. Sorprende el volumen. Su lista de reproducción es por demás creativa. Reggaetón, cumbia remixada, folcklore en plan mix tape. En ese orden y sin pifiarle nunca. Un golazo. Lástima que con su actitud habilita al resto del pasaje a intentarlo. Solo recoge el guante una evangelista que le opone al reggaetón canciones en las que Cristo salva al mundo del mal, el café, la minifaldas, Marilyn Manson y el aborto. Se baja en Laferrere repartiendo bendiciones cada vez que pisa a alguien.

Postales de género

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Fila del colectivo. Constitución. Tiene que salir el último 96. Vengo de una clase que se llama Problemas de género e historia argentina. La mujer que tengo atrás le grita al celular. Me agacho para atarme los cordones. La mujer pega un alarido que casi me hace caer. Le dice a quien está del otro lado “te vas de mi casa. Estoy cansada de vivir así, discutiendo. Mis hijos no tienen por qué soportar nuestros quilombos. No nos vamos a poner de acuerdo. No voy a dejar de trabajar. No importa lo que me digas. Andate. Llego en dos horas. Quiero verte con las valijas en la puerta, pelotudo.” Cuando subo y me siento la veo. Es enorme, gigante, grandilocuente en sus formas y volúmenes. Un patovica lloraría por su mami si tuviese que hacerle frente. La recuerdo. Una vez viajé a su lado. Íbamos en el asiento de dos. No tuvo gentileza alguna en dejarme respirar. Me aplastó literalmente contra el vidrio. Tenía olor a caucho de gomería. No sé si seguir despreciándola por sus poca civilidad para viajar o admirarla por la posición terminante con su pareja.

Cantar

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Hay quienes dicen que el canto libera al alma. Otros que si se reza cantando se reza dos veces. También se escucha por ahí que aquellos que cantan sanan las tensiones del cuerpo. Bueno, ¿saben qué? son unos jipis porque hace una semana que me cruzo con gente que canta en la parada del colectivo y arriba de él. Y lo hacen horrible, asquerosamente. Vos podés mover los labios con una canción que te conmueve, podés mover la patita, hacer que tocás la guitarra en el solo más complejo de la historia de la música cual guitar hero pasado de merca. Podés tocar la batería y el bongó símil ataque de epilepsia. Pero lo que no podés hacer es cantar como un poseso y torturar a los que te rodean porque o sos un pirado o un hijo de puta.

Levante

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Algún día habría que hacer un listado de las implicancias y simbolismos de cada uno de los asientos del colectivo. Hoy no es ese día. Lo digo porque en el viaje de la mañana tuve la suerte de sentarme. No en cualquier asiento sino en el primero, lado ventanilla. Legalmente uno debería cederlo. Pero la cosa es que pocos lo quieren. Es difícil entrar, es difícil salir, tiene poco espacio hacia adelante y el sol te pega patadas en los ojos. Te lo piden, obvio que lo soltás pero casi, casi no lo quiere nadie si está en condiciones de enrostrarle sus derechos a otro sentado en un lugar más cómodo.

Vómito

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Hay problemas en la autopista. Ok, es normal. Pero el chófer, fiel exponente de la sociedad argentina, decide hacerse el pistola y apurar la cosa. ¿Qué hace? Se baja de la autopista y se dispone, presto, a cruzar toda la ciudad de Buenos Aires, olvidando que le pagamos para otra cosa. En un cúmulo de malas decisiones elige, váyase a saber por qué, ir por la avenida Directorio en vez de utilizar el metrobus del sur, que estaba más cerca y era más rápido.

Calor

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Acabo de tomar el 86 en Paseo Colón y San Juan. Somos, arriba del colectivo, 5 personas. El chofer tiene las 3 puertas abiertas. Veo a 2 pasajeros sentados lejos el uno del otro que van con los zapatos en la mano. Tardo un segundo en darme cuenta por qué. El calor es homicida. No tiene que ver con la temperatura ambiente, no tiene que ver con el motor de la unidad ni con su carrocería irradiando el calor absorbido durante un día al rayo del sol. No, no sé con qué carajo tiene que ver pero este calor no pertenece al orden de las cosas creadas. Lo que hay aquí es un pasaje a ese otro estado de la materia, el plasma. Somos algo disolviéndose, un gas enrarecido de raquíticos enlaces covalentes. Me decido. Fuera zapatos, fuera medias. Sí, chicos, fúmenselo todo hasta adentro. Yo me fumo el macrismo y ya me ven, inmutable.