Malabaristas

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Salgo de la facultad a las corridas para enterarme que de ninguna manera jamás podré llegar al último tren. La única opción es el 98 que atraviesa media zona sur. Parada repleta. Entre el gentío hay tres pibes completamente pasados de droga y alcohol. Le piden guita a todos y cada uno. Hay quienes les dan unas monedas. Quieren ir a Avellaneda. Tienen mochilas. Son malabaristas. Tienen la ropa sucia y roída. Patean las puertas de los colectivos que no los dejan viajar sin pagar.

km.29

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El Km.29. Su mención, apenas eso, eriza las conciencias. Ahí, entre la ruta 3 y la ruta 21. Como tantos otros lugares su nombre carga una multiplicidad de significaciones que exceden en mucho cualquier denominación geográfica. Auschwitz, Jonestown, Amityville, Basora. Limite, frontera, borde. No man’s land del olvido, cipango del abandono. A quién llega a ese lugar sólo le aguardan la resignación o la angustia, la revelación de la derrota o la esperanza psicótica de que algún día el universo habrá de mejorar.

¿Zapatillas?

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Lima y Brasil, Constitución. Exactamente en la esquina de la estación. Hay un puesto de diarios que sólo vende piratería, porno para pobres y diarios del Paraguay. Está abierto las 24 hs. Los 365 días del año. En frente tiene un local de venta de zapatillas, un Solo deportes o alguna franquicia semejante. Hay unas rejas sobre el cordón de la vereda colocadas para que los transeúntes crucen por un paso de cebra despintado. Nadie le da pelota.

Ordo malorum

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Se dice que la obra más compleja de pensamiento que la humanidad alumbró en toda su historia es el gran colisionador de hadrones, también llamado “la máquina de dios”. Sus objetivos, su ingeniería, sus efectos prácticos requieren para su comprensión cabal años de estudios superiores y aun así, incluso sus constructores tomados individualmente, tienen dificultades para definirlo en términos aristotélicos, para brindar las notas distintivas de su esencia.

Quejoso

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Quejoso en modo 1: Subo al 180. Tiene aire acondicionado. Al lado se me sienta una vieja con un libro de Jorge Bucay. -¡Qué vergüenza- me dice -ya no respetan a nadie. ¿Viste el frío que hace acá adentro- la mando al carajo con la mirada. Yo agradezco que la unidad tenga vidrios y el chofer no este armado. La vieja se da cuenta que no hay empatía y deja de hablarme. Lamentablemente tiene celular. Se enfrasca a en una interminable charla telefónica con un pariente acerca de lo conchuda que es su nuera. La modernidad tecnológica le hizo mucho daño al silencio.

Iluminaciones II

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Domingo. 3 de la tarde. Morón. Un calor de la san puta. La gente en la parada está fastidiosa, en silencio, pero fastidiosa. El 236 tarda en llegar. No hay movimiento en la calle. La parada está un poco alejada de la estación de tren. El ordenamiento de todos los recorridos es según el orden de importancia de destino. Ergo, González Catán está a lo último, allá, lejos.

Villegas

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Línea 180, recorrido semi rápido por autopista. Toma ruta 4, mejor conocida como Camino de Cintura hasta la rotonda de La Tablada. De ahí por Avenida Crovara hasta Avenida Cristianía. En medio tiene las vías del Ferrocarril Belgrano Sur, ramal Estación Buenos Aires – Marinos del Crucero Gral. Belgrano. El barrio es desde hace años considerado uno de los más violentos del conurbano bonaerense, se llama Villegas y se encuentra en el límite de las localidades de Ciudad Evita e Isidro Casanova, en La Matanza.

Combis

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Lo que nunca, me tomé una combi. Sólo la uso en casos de emergencia, cuando es tarde y no queda otra. Poseen todos los defectos. Pero conviene aclarar por qué. Las combis de mi terruño no son como las de Adrogué o Monte Grande, como las de Nordelta o Chascomús. No señor. Las combis que van desde el km.29 de la ruta 3 hasta las inmediaciones de Plaza de Mayo son autitos chocadores, paran donde quieren, cuando quieren, son conducidas por gente sin preparación, que van a los santos pedos para ganarse un manguito más. Va gente sentada, claro, pero también viaja gente parada, apretujada a más no poder, que paga fortunas para llegar un rato antes a su casa o al trabajo.

Batallas

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La revolución del transporte en su etapa “aire acondicionado” tiene algunas dificultades evidentes. Esas desprolijidades, amén de la pila de muertos de la etapa anterior (tan generosa con los gusanos del cementerio) son, dicen sus defensores, propias de todo cambio de paradigma. El tren Sarmiento, tan coqueto ahora con su seguimiento online de conductores, es incapaz de anunciar correctamente en cuál de sus plataformas arriban los trenes.

Constitución II

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En las escaleras internas de la estación de tren, las que unen los baños del subte con los andenes del ferrocarril Roca, está la vida tal como es, sin mediaciones. Una mujer está tirada en el suelo. Esta embarazada, sucia, desarropada. Dormitando sobre su panza duerme una nena de unos cinco años. La mujer mendiga. Está borracha, drogada o ambas cosas. Tal vez padezca alguna alteración mental. Se le nota cuando habla, cuando las palabras se le estiran en la boca y le raspan la garganta. Siempre está ahí, día y noche. Nadie le da nada. Es agresiva en su pedido. Lo dirige a la multitud. Cuando increpa e individualiza consigue lo mismo: nada. La nena siempre duerme. Si no lo está se arrastra por el piso. No tiene nombre. La mujer no lo pronuncia, le habla impersonal, imperativamente. “veni”, “andá”, “soltá”.

Intimidad

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Hay varias formas de que se defeque sobre tu intimidad. Una puede ser que revisen tu Facebook sin autorización, o el correo electrónico. Otras que te revuelvan el cajón de lo calzones o la billetera. Ni hablar del celular, que se divulgue tu historial médico o que un amigo enumere tus borracheras delante de tus padres. Porque por limpio que estés siempre te van a encontrar en off side. Así son los datos que constituyen nuestra esfera privada, descontextualizados, cualquiera puede condenarte a muerte o hacerte parecer como el asesino de Nisman.

Hot

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En el auto que va junto al colectivo que viajo, el conductor incita a su acompañante mujer a que lo masturbe. Ella se ríe pero se niega. El tipo estira la mano, toma la de su compañera y la pone sobre su bragueta. Ella la retira, sigue riéndose. Mira instintivamente de un lado a otro. El tipo insiste. Van solos, tienen el termo junto a la palanca de cambios. Seguro tienen la calefacción al mango porque él tiene puesto solo una camiseta de mangas largas. Ella, un pañuelo de colores alrededor del cuello. Imagino que hablarán de algo y cuando ella se descuida…¡Paf! El tipo le agarra la mano y se la lleva al bulto.

Mierdillas cotidianas

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Parada del colectivo: Repleta. Colectivos que pasan, repletos. Gente colgada. Arriba, gente apretada. Ok. Llega el bondi en el que viajo. Así como de la nada aparece una vieja que primerea la cola y sube corriendo mostrando un papel amarillento. Se lo muestra al primero de la fila, que soy yo. Se lo muestra al chofer que le hace un gesto, como si la conociera de viajes anteriores. Se lo estampa en la cara a un tipo que está sentado, apretado contra el vidrio junto a una mujer con 3 criaturas.

Nociones de gnoseología kantiana

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Subo al 96 de pronto flash, la chica del bikini…Kant. Si, Kant, el oscuro, el tipo que nunca salió de su ciudad, el tipo que teorizó el deber moral como nadie, el que habló de todo con una complejidad que parece una cargada. Subo y pienso en Kant o al menos lo poco que entendí de Kant ante el impacto de lo que una vez más se revela como un fenómeno misterioso.

Aguas caen

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Alguien llora en el colectivo. Se escucha ese respirar entrecortado, esa inhalación de moco y agua salada. No es un bebé con su griterío chillón, siempre a mitad de camino entre la angustia y el berrinche. No es una mujer que llora y a la que el prejuicio machista imagina abandonada, enemistada con su compañero de cama, traicionada por una amiga infiel o recientemente despedida.